El adagio divide et impera, a veces atribuido a Julio César, es casi tan antiguo como el estudio de la política. Si no lo es cuanto a enunciado, sí lo es cuanto a práctica.
Alejandro Armas/El Político
Llevado a la geopolítica, supone que cuando un Estado tiene dos enemigos, le conviene que ambos se mantengan separados. Porque si unieran fuerzas en contra suya, ese Estado lógicamente tendría que repeler un ataque a sus intereses más contundente.
Puede que Estados Unidos haya desatendido ese principio recientemente de cara a sus dos mayores rivales geopolíticos, Rusia y China. Veamos por qué.
Alianzas y enemistades repetidas
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Washington considera a Rusia y China como los países que más pueden contravenir sus aspiraciones globales. Antes, lo que a aquellas dos las unía era una militancia comunista compartida en sus gobiernos.
Pero a partir de los años 60, las relaciones entre los dos mayores Estados socialistas se agriaron. Y en la década siguiente, Estados Unidos, guiado por un ferviente seguidor de la realpolitik como lo fue Henry Kissinger, jugó a profundizar esas divisiones.
Hoy, Rusia y China tienen una relación cercana. Pero lo que más las une no es una identidad ideológica compartida. No es lo que son, sino lo que no son. No son democracias, y ambas están desafiando el internacionalismo democrático que lucía vencedor al final de la Guerra Fría.
Y en la medida en que las dictaduras de Vladimir Putin y Xi Jinping aspiran a prolongarse indefinidamente, las buenas migas entre ambos líderes no pueden sino multiplicarse. Pero ahora además tienen otra cosa en común: aspiraciones territoriales que tienen al mudo entero en vilo. Ucrania y Taiwán, respectivamente.
Neutralidad en peligro
En este contexto, la visita de la presidente de la Cámara de Representantes de EE.UU., a Taiwán, la semana pasada, pudiera tener consecuencias no previstas en Washington. Estados Unidos ha hecho un gran esfuerzo para evitar que China apoye directamente a Rusia en la guerra contra Ucrania. Pero si sus relaciones con Pekín se siguen deteriorando rápido, la dictadura china pudiera reconsiderar su postura más o menos neutra en cuanto al conflicto en Europa Oriental.
La guerra en Ucrania luce lejos de terminar. No hay ninguna certeza de que los ucranianos finalmente prevalezcan. De manera que a sus aliados democráticos no les conviene que un tercero intervenga a favor de Rusia. Desde antes incluso de lanzar su invasión, Putin buscó el respaldo de China, esperando que el tamaño de su economía compensara al menos en parte los efectos de la sanciones de Occidente sobre Rusia.
Hasta ahora, la reacción china a la visita de Pelosi ha sido de clara molestia, pero sin que China altere significativamente su política exterior. Como se expuso en este espacio, ello pudiera deberse a que Xi no quiere arriesgar, con situaciones inseguras, su consagración para un tercer mandato como líder máximo de China. Dicho evento está previsto para octubre. Después de eso, el panorama es más incierto.
Los defensores del viaje de Pelosi sostienen que era necesario para que Estados Unidos le deje claro a China que no puede dictar quién visita y no visita Taiwán. Al final, los augurios de que el viaje no generaría una crisis militar fueron acertados. Pero, mientras dure la guerra en Ucrania, Washington tendría que pensarlo dos veces antes de seguir tomando medidas que deterioren su relación con China.