Qué nos pasa acá?", dice José Mujica y golpea tres veces el índice contra su sien derecha. "¿¡Qué nos pasa!?", repite y se queja el expresidente.
Es el jueves 27 de octubre por la tarde, promedia la interpelación al ministro del Interior, Eduardo Bonomi, y Mujica le dice a El Observador que el problema de la violencia y de la seguridad pública es bastante más complejo que una rapiña o un asesinato callejero.
El exguerrillero hoy senador y líder el MPP recuerda la época en la que estuvo preso a principios de la década de los ’70 y, en cierta forma, la rememora con indulgencia. Eran años en los que la delincuencia tenía "códigos", el narcotráfico era cosa extraña en Uruguay y la gente no se suicidaba con esta inquietante frecuencia.
No eran iguales, dice, aquellos delitos más o menos planificados que estas balaceras desprolijas protagonizadas por delincuentes cargados hasta las muelas de pasta base. Pero, mayormente, para el expresidente el principal drama es la caída de ciertos valores menos tangibles que una piedra de cocaína degradada.
"La irrupción del narcotráfico fue procesando una especie de devastación cultural en el propio mundo delictivo. Yo estuve dos veces en cana con presos comunes y tuve que aprender lo que era su psicología, porque me quería ir, me quería fugar. Y entonces intimé bastante y hasta me quedaron cosas en el lenguaje. Y te puedo garantizar que los presos comunes tenían códigos. Por ejemplo, al violador… así le iba a ir dentro de una cárcel. Había cosas que estaban mal vistas, que no se podían hacer. Pero cuando va apareciendo el narcotráfico hay como una corrosión en esa ética del bajofondo. Porque ahora es plata o plomo. Y chau, y no hay código de nada. Es el salvajismo llevado al extremo", dijo Mujica.
El expresidente observó que las sociedades, como el idioma, "se modifican desde las cárceles, de abajo hacia arriba" y los valores que se replican desde las prisiones son cada vez peores.
"Ese pasaje por las cárceles va difundiendo la cultura del narcotráfico que después se extiende y queda implantada en la sociedad. Los guachos salen a afanar una moto y le encajan un tiro al tipo. Es una estupidez, una especie de subdesarrollo. ¿Te acordás de la película Rififí? Los tipos van a hacer un afane sin armas, por las dudas. Ese tipo de delincuencia que mide todas las consecuencias se terminó. Para estos, el chumbo es lo primero. Y esa degradación se ha dado paralelamente con la aparición del narcotráfico. Una venta de boca de pasta base te puede dejar $ 250 mil mensuales. Es mucha plata, y el que mordió ahí no labura más", agregó Mujica.
Suicidas
Después, el expresidente dijo que hay otras muertes a las que no les encuentra explicación. Por ejemplo, hace poco estuvo en Japón –una sociedad próspera con baja tasa delictiva– y pudo enterarse de la impresionante cantidad de suicidios que ocurren entre los nipones.
Suicidios que también son un drama sin solución en Uruguay. Tanto que los dos grandes picos de autoeliminaciones en este país ocurrieron en 2002, en medio de la mayor crisis económica de su historia, y en 2015, en días de aparente abundancia material.
"La cantidad de suicidios que hay en este mundo supera a todos los muertos de la guerra, más todos los muertos por homicidio. No hay ningún animal que se suicide, en la biología no existe el suicidio. Es antinatural suicidarse. Uno lo que quiere es vivir, ¿no? Entonces, ¿qué nos pasa acá?", pregunta el expresidente y se señala la cabeza.
Luego, intenta una explicación para tanto suicida. "Las frustraciones, la expectativa económica, la ambición de progreso… Vivimos cada vez más en sociedades laicas donde la religión es el mercado. Se trata de hacer guita y, si no haces guita, parece que sos un fracasado. Eso se transformó en la religión real, en el altar real", sostiene Mujica.
Pero enseguida duda. "No sé, la verdad, no sé…", dice, y se va caminando despacio por los pasillos del Palacio Legislativo en donde resuena la voz de los parlamentarios debatiendo sobre crímenes, asaltos, rapiñas y ambiciones perseguidas a punta de pistola.
Con información de El Observador