Winston Churchill dijo que el más fuerte argumento contra la democracia es conversar por cinco minutos con un votante promedio; y a la vez ironizaba que la democracia es el peor de todos los sistemas – excepto por todos los demás.
Antonio A. Herrera-Vaillant/El Político
Es una dura realidad que quienes entienden las consecuencias de sus actos voten a la par de quienes lo hacen con las vísceras, a ciegas, o que venden su sufragio por un plato de lentejas.
Toda nación tiene su porcentaje de gente que culpa a otros y busca salidas mágicas a sus propias limitaciones. En algunas culturas los hay más que en otras, pero jamás se les podrá exterminar: El desafío de la civilización es reducir ese porcentaje a dimensiones donde no pueda dañar al resto de la sociedad.
En un patético estamento de Argentina hace décadas reverberó la descerebrada consigna: “Ladrón o no ladrón, lo queremos a Perón”. También hace un tiempo una masa irreflexiva – muy similar a cierto sector frívolo de la sociedad venezolana – popularizó en Argentina la consigna: “¡que se vayan todos!” – repudiando a todos los partidos democráticos y condenándose a sí misma a un mayor caos y decadencia.
Pero aún en los peores momentos de la señora Kirchner se mantuvo una vigorosa oposición que supo organizarse bajo un mínimo de legalidad e institucionalidad que por ahora ha permitido alternabilidad democrática. Los argentinos habrán votado mal, pero aún votan libremente. Allá aún no se ha dicho la última palabra.
Ese mismo tipo de liviandad inspiró a una buena parte de Venezuela a votar y un 37% a abstenerse en 1998 – con las abismales consecuencias que desde entonces se están sufriendo. Lo agravante aquí fue ese recurso petrolero que Juan Pablo Pérez Alfonzo llamó “el excremento del diablo”, pues incrementó exponencialmente la corrupción y una corrosiva dependencia generalizada que poco a poco va llegando a remate final.
El movimiento democrático debe tener siempre presente las dificultades de destetar de un solo tajo a multitudes pendientes de que el “Dios Estado” les regale el pan de cada día. Con esos bueyes habrá que arar, y la reciente experiencia argentina debe ser aleccionadora.
Los últimos 20 años deben servir como un aterrador escarmiento aleccionador. La educación podrá ser una solución a largo plazo, pero para darle tiempo es primordial que allí donde más penetra la demagogia cale bien a fondo que todo este calvario – y el tiempo que le quede – son el costo de su propia ligereza. Solo así se podrá reducir y mantener a su mínima expresión política un recurrente azote que acarrea todas las actuales desgracias.