Las turbulencias árabes de la última década, en especial la guerra civil siria, han dado a Israel un muy necesitado respiro estratégico, lo que ha llevado a muchos de sus expertos en seguridad a la convicción de que el Estado judío ya no se enfrenta a una amenaza existencial.
El Político
Pero a medida que esa guerra llega a su fin está emergiendo rápidamente un nuevo desafío existencial junto a las fronteras norte y sur del país: un eje terrorista-militar liderado por Irán y que incluye a Siria, Hezbolá, Hamás y la Yihad Islámica, peones/aliados de Teherán.
Por primera vez desde que se firmó el acuerdo de paz egipcio-israelí (1979), Israel se enfrenta a la realista probabilidad de una conflagración con varios frentes simultáneos –el Líbano, Siria y la Franja de Gaza–, así como a la posibilidad de ataques terroristas con origen en la Margen Occidental. Este viejo y nuevo desafío existencial tiene tres componentes operativos primordiales:
– La amenaza a gran escala, de insólitas proporciones, resultante de los misiles y cohetes de precisión avanzados del enemigo. Este enorme arsenal está organizado en esquemas operativos ofensivos que ya se han dispuesto para que apunten a infraestructuras y lugares estratégicos en el mero centro de Israel, como bases aéreas, cuarteles, centrales eléctricas, aeropuertos y núcleos de población. Esta amenaza rodea a Israel, procede del Líbano, Siria y la Franja de Gaza y también, más recientemente, de una base de las milicias chiíes que operan en Irak.
– Un nuevo frente terrorista en los Altos del Golán, integrado por milicias chiíes, la Fuerza Quds iraní y Hezbolá.
– El claro peligro que representan los comandos bien entrenados para penetrar en Israel desde el Líbano y Gaza.
En el estamento militar y de seguridad israelí, son muchos los que quitan importancia a estas amenazas. Como dijo hace poco el ex primer ministro Ehud Barak:
Las amenazas externas son numerosas y evolucionan, y no se deben subestimar; pero afirmo con la debida responsabilidad, y no es sólo una posición política, [que] ninguna de ellas representa una amenaza existencial para el futuro, el poderío y la soberanía de Israel.
Esto depende de qué se entienda por amenaza existencial, concepto abierto a diferentes interpretaciones. Sin duda, Israel no se enfrenta a la misma amenaza existencial que representó la invasión panárabe de mayo de 1948. Pero ni Hezbolá ni Hamás –ni siquiera Irán– pretenden destruir a Israel de un sólo golpe (aunque Irán podría repensárselo una vez adquiera armas nucleares). Más bien, parecen estar siguiendo la gradual estrategia de desgaste utilizada por el presidente egipcio Anwar Sadat en la guerra de octubre de 1973:
El objetivo estratégico (…) es socavar la doctrina de seguridad de Israel mediante la acción militar, que (…) infligirá el mayor número de bajas al enemigo y lo convencerá de que mantener la ocupación de nuestra tierra tendrá un precio más alto del que se puede permitir.
Esta es, en líneas generales, la lógica que subyace a la estrategia de Irán-Hezbolá-Hamás. Al cercar a Israel con una infraestructura militar-terrorista en sus fronteras norte y sur, este eje puede alterar la vida del Estado judío en cualquier momento. Por lo tanto, puede crear un equilibrio del terror basado en una amenaza creíble cohetera/misilística que obligue a Israel a evitar en lo posible los actos de represalia que traspasen el umbral de la contención (tácita y) mutuamente acordada.
A la larga, este estado de las cosas producirá un efecto de desgaste continuo –como un fallo del sistema inmune–, que obstaculizará el progreso y los éxitos de Israel y erosionará las esperanzas del pueblo judío de tener una patria segura y próspera.
Fuente: Israel Internacional