Nunca es sencillo evaluar el legado económico de un presidente a punto de entregar el testigo a su sucesor. Pero ese examen es aún más difícil en el caso de Barack Obama, que llegó al poder con el país sumido en la peor crisis económica desde la Gran Depresión.
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Obama tomó posesión cuatro meses después de la caída de Lehman Brothers y de que su predecesor aprobara el rescate de las grandes instituciones financieras de Wall Street. Ese rescate y el plan de estímulos fiscales que aprobó el presidente para reactivar la economía dispararon el déficit público, el indicador que refleja la diferencia entre lo que ingresa y lo que gasta el Gobierno federal.
El déficit público subió hasta el 9,8 % del PIB durante su primer año de Obama en la Casa Blanca y no bajó del 8% hasta 2011, cuando los recortes y la recuperación económica ayudaron a reconducir la situación. Para entonces el impacto de la crisis había disparado la deuda pública, el indicador que refleja lo que adeuda el Gobierno federal.
Las protestas contra Donald Trump son una rareza en la historia presidencial. Los más polémicos en la inauguración de su mandato fueron Wilson, Nixon y Bush hijo.
En 2009 la deuda pública rondaba los 10 billones de dólares. Ocho años después, supera los 19 billones de dólares por el impacto del rescate y de los planes de estímulos de la Gran Recesión.
El presidente intentó llegar a un gran acuerdo con los republicanos para reducir el déficit en el verano de 2011. Se trataba de reformar programas como Medicare, Medicaid o las pensiones públicas, cuyos gastos amenazan la viabilidad de las cuentas públicas. Ni John Boehner ni Mitch McConnell aceptaron el acuerdo que ofrecía Obama y esas reformas deberá abordarlas ahora su sucesor.
La deuda pública es casi el único indicador económico que no ha mejorado durante los dos mandatos de Obama. La tasa de paro tocó techo en el 10% en octubre de 2009 y fue bajando luego hasta el 4,7%. El PIB creció el 1,7% en el tercer trimestre del año pasado. Es una velocidad menor que la de otras recuperaciones económicas pero los economistas no se ponen de acuerdo sobre los culpables de ese crecimiento al ralentí.
La tasa de pobreza es casi la misma que cuando Obama tomó posesión en 2009 y la renta de los hogares es muy similar. El índice de desigualdad, sin embargo, ha crecido durante estos años y también la riqueza de los habitantes más ricos del país.
Este último extremo tiene que ver con la renuencia de los republicanos a subir los impuestos a los hogares con más ingresos pero también con la propia parálisis de Washington y con la negativa de Obama a perseguir los excesos de Wall Street.
A veces los republicanos presentan a Obama como un peligroso izquierdista. Pero su Gobierno no persiguió en los tribunales a ninguno de los bancos cuyo derrumbe bursátil propició la Gran Recesión. Su entorno decidió que la prioridad era garantizar la estabilidad del sistema y no iniciar una caza de brujas en Wall Street.
Al presidente no le dejaron aprobar iniciativas como la subida del salario mínimo, que sí han aplicado algunos estados. Tampoco aprobar la reforma migratoria que habría ayudado a millones de personas a regularizar su situación. Los expertos insisten en que aprobar una reforma migratoria ayudaría a potenciar el crecimiento económico en las próximas décadas. No parece sencillo que ocurra en la era Trump.
La economía no es el único ámbito que ha mejorado durante los años de Obama: los delitos violentos han bajado y el número de personas sin seguro médico se ha reducido a la mitad. Sin embargo, no todo fue a mejor en este ámbito: el número de sobredosis se disparó en estos ocho años y las muertes por derivados del opio como la heroína casi se multiplicaron por dos. La drogadicción asoló comunidades enteras en estados como Pennsylvania o West Virginia y dio alas durante la campaña al mensaje apocalíptico de Trump.
Un país distinto
Obama entregará a su sucesor un país en mejor estado que el que heredó de George W. Bush. La desigualdad, la polarización política y las tensiones raciales no han mejorado durante estos años. Pero es más fácil encontrar empleo y muchos ciudadanos empiezan a notar en su cuenta corriente del agujero de la Gran Recesión.
La elección de Trump propició la subida de las bolsas, que percibieron sus rebajas fiscales y su plan para construir infraestructuras como un estímulo que podría potenciar el crecimiento del PIB. Pero muchos en Wall Street desconfían del carácter mercurial del nuevo presidente y aguardan las primeras decisiones de su equipo económico y su intervención a medio plazo en la Reserva Federal.
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Esa desconfianza la comparten algunos de los republicanos del Capitolio, que hacen lo que pueden por reconciliar su defensa del libre mercado con los tuits de Trump contra empresas como Ford, Toyota o Boeing. El millonario neoyorquino ha devuelto a los republicanos a la Casa Blanca y muchos piensan que pueden reconducir algunas de sus propuestas. ¿Pero se dejará manejar Trump como una marioneta o será él quien acorrale a los republicanos a golpe de tuit?