Las notas de prensa y audiovisuales de repente comenzaron a llenar el espacio con una palabra central, Glasgow; que por supuesto atrapa la atención de inmediato por su fuerza y ritmo, que se prestaría para un poema de José Pulido o de Sonia Chocrón. Aunque a ella, en medio de mi meridiana ignorancia sobre estos temas, la relaciono más con lo cortante de lo andaluz, García Lorca o Diego el Cigala. Y, desde luego, con el fascinante misterio de lo sefardí.
Juan José Monsant Aristimuño / El Político
Pero Glasgow, esta vez nos habla de la sede de la Cumbre Mundial del Cambio Climático que viene de celebrarse en Escocia.
Glasgow es una ciudad devenida en centro cultural del Reino Unido, cafés de moda, museos, conciertos, tiendas de lujo y bonhomía, enmarcada entre construcciones medioevales, victorianas y modernas. Asentadas frente un río que desciende de las Tierras Altas de Escocia.
Agua de las Tierras Altas
Ya esto de Tierras Altas son palabras mayores, tratándose de Escocia, pues de allí provienen las aguas cristalinas transformadas en un Balvenie, Glenlivet, MacCallan, Edradour, Buchanans, Chivas Regal, y hasta en un humilde Deward´s White label de seis meses.
Sin la pose del “ta barato, dame dos” de la llamada Venezuela saudita, que llegó a importar agua de las Tierras Altas o Bajas de Escocia (para el caso, igual da) envasada en bolsitas plásticas. Del mismo modo que en la actualidad los jerarcas chavistas, elevando su voz en el bar o restaurante, piden un Etiqueta Azul. Solo así, en sustantivo, obviando el nombre Johnny Walker.
La tierra del Monstruo
Escocia, por supuesto, nos lleva al misterio del Monstruo del Lago Ness, mil veces retratado, pintado, narrado, pero nunca encontrado; pero allí está, en la leyenda del país. Y Escocia son las gaitas con su estridente sonido expulsado del aire de los pulmones de un imponente escocés vistiendo su kilt ( el Scottish Highland Dress, esa faldita multicolor que portan en fechas especiales nacionales o familiares).
Y cómo no rememorar al héroe nacional William Walace, enfrentado al rey inglés Eduardo I para preservar la independencia de su país. Traicionado por su propia gente, encerrado en la Torre de Londres, arrastrado por un caballo por la ciudad antes de su ejecución y descuartizado su cuerpo. Para esparcirlo hacia los cuatro puntos cardinales.
Gesta histórica llevada a la pantalla grande e interpretada, dirigida y producida por el atormentado actor australiano Mel Gibson en 1995, bajo el nombre Braveheart. Filme que se hizo merecedora de cinco Oscar. A Wallace lo ahorcaron tal como lo hicieran con nuestro José María España en 1.799 en la Plaza Mayor de Caracas, igualmente por enfrentarse al Rey. Pero el España.
De Dr Jekill a Sean Connery
De Escocia se heredan escritores de la talla de Robert Louis Stevenson (Dr. Jekill y Mr. Hyde), Sir Walter Scott (Ivanhoe). Y, por supuesto, la muy popular escritora J.K. Rowling con su Harry Portter.
Por si fuera poco, al Dr. No de Ian Fleming, James Bond, el agente 007 que extermina al siniestro doctor, más malo que Maduro, Ortega, el Koky y Cristina juntos, fue interpretado siete veces por el recién fallecido actor escocés, Sean Connery.
Greta en Glasgow
De modo que observar a la atormentada adolescente sueca (ya entrada en su juventud) Greta Thumberg, mejor conocida como “el terror de los capitalistas contaminantes”, marchando megáfono en mano por las calles de Glasgow, no tiene porque sorprendernos.
Y menos que les haya exigido a los Jefes de Estado y de Gobierno, científicos y Organismos Internacionales allí reunidos, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que “no mientan, que dejen el bla, bla, bla y aporten soluciones concretas a la crisis climática de la Tierra”.
Allí estaban todos, de Biden en adelante.
Los ausentes de Glasgow
Menos Putin y Xi Jimping, dos de los tres países más contaminantes de la humanidad.
Extraño eso, porque si el efecto invernadero producto de la producción de gases industriales contaminantes, acompañado por la destrucción de bosques y humedales, hacen crecer las aguas de los océanos, no solo desaparecerán los poblados costeros de Europa y América, sino los de Asia, Oceanía y el Medio Oriente.
Las bacterias y virus desconocidos por el hombre contemporáneo, que han permanecido congelados por millones de años en los témpanos de los polos, al descongelarse se esparcirán por el mundo como el actual COVID-19. Y, sus efectos letales, quedan a la imaginación del lector.
Y eso que no hemos tratado las otras contaminaciones mortales, como la sónica, lumínica, demográfica y hasta la política, que hoy hace estragos en la humanidad. Como en Cuba, Argentina, Nicaragua, Venezuela, Siria, Bielorusia, España, Italia, y en los propios Estados Unidos.