Mike Pence es el arma de Donald Trump para calmar las dudas de amplios sectores del Partido Republicano sobre la viabilidad de su candidatura. El gobernador de Indiana, candidato a vicepresidente, aceptó el miércoles por la noche la nominación describiendo la campaña como una elección entre el cambio y el statu quo. Su función es doble: apelar al establishment del partido, del que forma parte, y a los conservadores que desconfían del candidato; y ejercer, en caso de victoria en noviembre, de puente con el Congreso.
Trump clausurará el jueves la convención con el esperado discurso en el que aceptará la nominación, pero el día anterior habló su compañero de ticket, el gobernador Pence, designado la semana pasada. El candidato a vicepresidente es conocido en Washington e Indiana, pero no en el resto del país.
El discurso ante los delegados reunidos en Cleveland y en hora de máxima audiencia ante millones de telespectadores, sirvió para presentarle al país. El gobernador de Indiana habló minutos después de que los abucheos al senador Ted Cruz expusieron las persistes divisiones en la derecha.
Pence, con un discurso sólido de conservador clásico, alejado de las estridencias de Trump, intentó homologarlo como un republicano fiable, alineado con la ideología conservadora en terrenos que van desde la política exterior a la doctrina judicial.
"Él lo entiende. Él es alguien que hace cosas en un deporte habitualmente reservado para quienes sólo hablan", dijo.
Segundo mensaje, dirigido a los escépticos de la derecha: voten a Trump porque si no la presidenta será la demócrata Hillary Clinton. "Es el cambio contra el statu quo", dijo.
Pence ofrece contrastes nítidos con Trump. Este es un político novato, un hombre de negocios y estrella de la telerrealidad con nula experiencia ejecutiva y legislativa. Pence fue durante 12 años miembro de la Cámara de Representantes y sabe moverse por los pasillos del Capitolio. Desde 2013 es gobernador de Indiana, un Estado industrial y agrícola del Medio Oeste, una de las regiones donde se jugará la elección del 8 de noviembre entre Trump y Clinton.
Más diferencias. Pence es un conservador pata negra, criado como católico pero cristiano renacido y adscrito al movimiento evangélico que desde los años ochenta ha sido unas de las clientelas electorales más fieles del Partido Republicano. Muchos evangélicos votaron a Trump: su nacionalpopulismo —sus arengas contra los inmigrantes, su nostalgia por un país en el que los blancos eran hegemónicos— apela al movimiento conservador. Al mismo tiempo, los fundamentalistas cristianos difícilmente pueden ver al candidato republicano, que en el pasado ha apoyado el matrimonio gay y el derecho al aborto, como uno de ellos.
Otra virtud de Pence: es un conservador duro —en su Estado promovió la ley que permitía a los comercios negar sus servicios a los homosexuales, aunque luego dio marcha atrás— pero con rostro amable. También aquí se diferencia de Trump, quizá el candidato más irritable y vengativo desde Richard Nixon.
Efecto tranquilizador
“Mike Pence tiene un efecto tranquilizador en muchos republicanos tradicionales”, dice a EL PAÍS en Cleveland el congresista de Oklahoma Tom Cole, que durante una década fue colega de Pence en la Cámara de Representantes. “Es muy conocido, muy experimentado, con 12 años en la Cámara, un gobernador de gran éxito, un conservador sólido como una roca, un tipo que es conservador sin aparecer siempre enfadado. Solidifica al partido. Y, si Donald Trump se convirtiese en presidente, sería un emisario maravilloso a la colina [del Capitolio]. Conoce muy bien la colina y personas de ambas bancadas le conocen y confían en él”.
Las diferencias en el talante y la trayectoria completan a ambos candidatos, pero les separa la ideología. Pence fue favorable a la invasión de Irak en 2003; Trump asegura que se opuso, aunque declaraciones suyas de la época apuntan a lo contrario. Pence es un fervoroso defensor del libre comercio; Trump ha hecho del proteccionismo uno de los ejes de su campaña. Cuando en diciembre Trump anunció que vetaría la entrada de musulmanes a Estados Unidos, Pence dijo que esta prohibición era “ofensiva e inconstitucional”.
Las dificultades del ticket Trump-Pence para cuadrar el círculo reflejan el dilema en el que se halla en Partido Republicano, que desde esta semana tiene como líder oficial a un elemento extraño como Trump.
Un vicepresidente puede ser una figura irrelevante, en campaña y en el cargo, pero también útil para apelar a votantes y Estados hostiles al candidato a presidente, e influyente en la Casa Blanca, como Dick Cheney o, con otro estilo, Joe Biden. A fin de cuentas, según la frase hecha, se encuentra “a un latido de la presidencia”. Si Trump es presidente y dimite, es destituido o fallece, Pence ocupará su cargo.
Con información de El País