El 99,3% de nuestras compañías españolas son micro o pequeñas, es decir, que cuentan con menos de 50 empleados. En los países latinoamericanos la mayoría de los emprendedores prefiere formar parte de la frágil economía informal con tal de evitar las "modidas" y la intervención del Estado.
El Político
Un situación que contrasta con la de Alemania, Reino Unido o EE.UU., donde las sociedades medianas no solo tienen un peso mayor, sino que juegan un papel esencial y han constituido una red de seguridad, el llamado «mid market», que ha resultado decisivo para contener el envite económico del coronavirus. Red que los españoles ni los hispanoamericanos han logrado tejer.
De media, una empresa en España tiene 4,7 trabajadores, una cantidad algo superior a los 4 de Italia, pero que queda por debajo de los 5,7 de Francia, los 11 de Reino Unido y los 11,7 de Alemania. Tanto el mundo académico como el empresarial y el político llevan años debatiendo sobre la necesidad de tener una población empresarial de mayor tamaño medio para poder ser más productivos, competir mejor, generar puestos de trabajo de mayor calidad y, en definitiva, afrontar con más seguridad tsunamis económicos como el actual.
Pero, pese a las advertencias, la tendencia no solo no se ha revertido, sino que ha seguido al alza. Según el último informe anual del Banco de España, la proporción de empresas de menor tamaño ha aumentado en la última década y el porcentaje de empresas con menos de cinco trabajadores alcanzó el 78% el año pasado. ¿Por qué tantas empresas españolas parecen sufrir el síndrome de Peter Pan? Crecer no luce la mejor opción.
Los expertos apuntan a diversos factores, aunque las trabas legales y la burocracia parecen llevarse buena parte de la culpa. A estas dos razones en América Latina habría que agregar la disparidad de impuestos nacionales, regionales, municipales, pagos obligatorios de seguro social, impuesto a la vivienda y patentes concebidas para exprimir a quien intente iniciar un negocio.
Al superar los 50 empleados, o una determinada cifra de facturación o activos, la compañía asume automáticamente una mayor carga económica y administrativa. Así, se les obliga a constituir un comité de empresa, realizar los pagos por IVA con una frecuencia mensual y no trimestral, dejan de poder presentar las cuentas en formato abreviado y deben contratar a un auditor de cuentas.
El caso español
El propio Banco de España constata «la presencia de un número anormalmente elevado de empresas justo por debajo de dicho umbral regulatorio». Elevar estos umbrales hasta los cien empleados se ha puesto sobre la mesa en varias ocasiones, aunque sin éxito. El último intento fue en 2017, cuando el Ministerio de Economía que dirigía Luis de Guindos elaboró un informe en el que detectaba 130 normas que impedían el crecimiento empresarial, de cara a reformarlas en un futuro que nunca llegó.
Mientras tanto, muchos empresarios tiran de picaresca para intentar salvar este escalón. «Es evidente la capacidad de las empresas para evitar los costes de saltar los umbrales sin perder eficiencia productiva. Por ejemplo, las compañías reparten activos, número de empleados y cifras de facturación entre personas jurídicas distintas evitando superar los umbrales, aunque a efectos de organizar la producción todos los activos se aprovechan bajo una única tecnología productiva», relata un informe sobre «Tamaño y productividad de la empresa española» elaborado por los economistas Emilio Huerta, de la Universidad Pública de Navarra, y Vicente Salas, de la Universidad de Zaragoza.
Emilio Ontiveros, presidente y fundador de Analistas Financieros Internacionales (Afi), reconoce la existencia de la llamada maldición del empleado cincuenta, aunque asegura que el intento de los empresarios de esquivar estas trabas «es un error» y se sirve de patrones culturales para explicarlo.
«En España hace falta profesionalizar más la gestión. Que lo mejor de cada familia se asigne a la función empresarial. El problema es que socialmente no estaba bien visto ya que el prototipo de empresario no siempre ha sido el mejor. Sin embargo, creo que la situación empezó a cambiar desde la crisis de 2008 y cada vez veo más talento joven que apuesta por quedarse en la empresa familiar para intentar transformarla en vez de irse a un gran banco o una gran consultora», asegura.
También el catedrático Salas apunta a la importancia de la gestión más allá del lastre regulatorio. «Es evidente que crecer tiene unos costes externos, directamente relacionados con la regulación, pero no hay que menospreciar los internos. Al ganar tamaño, los empresarios tienen que delegar funciones importantes y para ello tienen que encontrar a un candidato de confianza y que tenga la formación adecuada. Y aquí, desgraciadamente, somos débiles. En España muchas empresas no crecen por no delegar», dice.
El terreno de juego en que nos movemos también tiene su peso en la explicación. Nuestra economía está sesgada hacia ramas de actividad, como el turismo y la hostelería, que suelen estar dominadas por empresas de pequeño tamaño, frente a por ejemplo las manufacturas. Y, por su puesto, la eterna maraña autonómica. Las comunidades han incrementado su desarrollo normativo en los últimos años, de forma que en la actualidad «existe una heterogeneidad notable en los trámites regionales necesarios, por ejemplo, para acometer ciertos proyectos de inversión», denuncia el Banco de España. Unas trabas que «no solo podrían estar limitando la creación de empresas, sino también su capacidad posterior de desarrollo», insiste, ya que complican exponencialmente la labor administrativa de las compañías.
Con estos mimbres, el trabajo no se antoja sencillo, pero sí motivador. Lo explica Mercedes Pizarro, directora de economía del Círculo de Empresarios: «Debemos conseguir que las mochilas de las empresas vayan más ligeras. Hay que aprovechar esta crisis para hacer de una vez por todas las reformas pendientes y relanzar así nuestra economía. Existe una correlación muy clara entre el nivel de desarrollo de una economía y el tamaño de sus empresas. Las empresas más grandes crean más empleo cualificado y contribuyen a desarrollar un ecosistema más complejo que genera empleos, directos e indirectos, más cualificados y que aportan más valor. Hay mucho en juego y mucho margen para crecer».