La Franja de Gaza se ha convertido en sinónimo de conflicto y violencia. Este estrecho territorio costero entre Israel y Egipto, gobernado por el grupo Hamás, es escenario recurrente de enfrentamientos armados que dejan gran cantidad de víctimas palestinos.
Por Cristina Cedeño / Rory Branker
Ante cada nuevo estallido bélico, surge la pregunta obvia: ¿por qué no trasladar temporalmente a palestinos a un país árabe para ponerlos a salvo?. A simple vista parece una solución sensata que evitaría mucho sufrimiento a inocentes. Pero la realidad es que ninguna nación árabe está dispuesta a acoger a los refugiados palestinos que huyen de la violencia.
El rechazo árabe a los refugiados de Gaza tiene múltiples causas
Transferir a los habitantes pacíficos del sector de Gaza a países árabes del Medio Oriente podría conducir potencialmente a una disminución sustancial en el número de víctimas accidentales en el conflicto en curso entre Hamás e Israel. Sin embargo, esto no es la realidad.
Los motivos detrás de esta sistemática negativa son variados, e involucran factores económicos, políticos e históricos. Existe toda una amalgamación de elementos materiales e ideológicos que llevan a los países árabes a negarle asistencia, al menos mediante el refugio territorial, a quienes podrían considerarse sus hermanos palestinos.
Limitaciones económicas de países clave como Egipto
Uno de los obstáculos es de índole práctica. Países como Egipto, que comparten frontera con Gaza, alegan dificultades económicas para expandir su asistencia humanitaria.
Con una población de más de 100 millones de habitantes que crece de forma exponencial, Egipto enfrenta serios problemas para generar empleo y brindar servicios básicos para sus ciudadanos. Incorporar a cientos de miles de refugiados palestinos ejercería una presión adicional sobre sus precarias finanzas.
Incluso cuando Egipto estuvo gobernado por Mohamed Mursi, cercano ideológicamente a Hamás, mantuvo cerrado el paso fronterizo de Rafah. El actual presidente Al Sisi es aún más renuente a abrir las puertas del país.
“Mantienes perros guardianes atados en tu jardín, no en tu dormitorio. Porque deberían amenazar a tus enemigos, no a tus hijos. Para nuestros vecinos, somos como perros feroces que deberían estar al lado de Israel, no en sus casas”, explicó Mahmoud, utilizando una metáfora oriental para ilustrar la renuencia de Egipto a abrir el paso fronterizo de Rafah y permitir que la caravana de refugiados de la Franja de Gaza en su territorio.
El argumento económico ha sido usado sistemáticamente por El Cairo
A lo largo de las décadas, Egipto ha recurrido al argumento económico para justificar su política de fronteras cerradas. Sea cual fuere el signo político del gobierno de turno, la respuesta siempre ha sido la misma. Incluso cuando la solidaridad panárabe parecería requerirlo, la asistencia se limita a la retórica y la ayuda financiera, sin llegar a la admisión territorial para los refugiados.
El rápido crecimiento demográfico egipcio hace inviable asumir semejante carga humanitaria. En el trasfondo subyace un cálculo político de los costos internos que tendría para cualquier régimen aceptar a los refugiados de Gaza.
Egipto lleva 11 años en guerra contra los islamistas irregularizados ilegalmente, desde la Primavera Árabe. En el Sinaí, el ejército regular se enfrenta a una alianza diversa de yihadistas, incluidos miembros de Al Qaeda y el Estado Islámico, que se encontraron en desacuerdo con los Hermanos Musulmanes, representantes de las tribus beduinas locales y quién sabe quién más. Claramente, en El Cairo existe el entendimiento de que si los combatientes de Hamás cruzaran la frontera abierta hacia el Sinaí, es más probable que se alinearían con rebeldes y yihadistas ideológicamente afines que con las autoridades oficiales, según expresó The Insider.
Sin embargo, los posibles problemas económicos derivados de la apertura de las fronteras ciertamente preocupan a Sisi y su gobierno más que la posible afluencia de combatientes de Hamás que se unan a los yihadistas. El crecimiento económico de Egipto va muy por detrás del crecimiento demográfico. Cada 14 segundos nace un nuevo egipcio, y la población del país aumentará de unos 65 millones en 2000 a 105 millones en 2023. En septiembre de este año, el presidente Sisi incluso expresó su disposición a que el Estado tomara el control de las tasas de natalidad. Sin esto, advirtió, el país podría enfrentar un colapso económico en los próximos años y tal vez incluso una nueva revolución.
Temor a la infiltración de militantes islamistas
Otra de las causas determinantes del rechazo árabe es el temor a la penetración de grupos extremistas aprovechando el flujo de refugiados civiles. En países como Jordania, esta preocupación está muy arraigada en función de antecedentes históricos.
En el pasado, la nación ha sufrido ataques de facciones palestinas radicalizadas que encontraban refugio en su territorio. Permitir el ingreso masivo desde Gaza hace temer un recrudecimiento de la actividad terrorista. A esto se suma el fantasma de la guerra civil de 1970 entre el ejército jordano y grupos armados palestinos.
La defensa de la seguridad nacional se esgrime entonces como un argumento clave para negar la admisión de los refugiados. Se percibe como un riesgo inaceptable, una amenaza contra la estabilidad del Estado. En este pensamiento subyace un componente de islamofobia y xenofobia difícil de reconocer abiertamente.
Poderosos grupos interesados en impedir la llegada de refugiados
Por otra parte, dentro de estos países existen poderosos intereses que se oponen radicalmente a la incorporación de refugiados palestinos. Son grupos de elite que temen cualquier cambio al statu quo que pudiera relegarlos o comprometer sus privilegios.
Propagan la imagen del refugiado como terrorista o extremista peligroso, alimentando el miedo y los prejuicios. De esta forma logran que la opción de brindar asistencia humanitaria ni siquiera se considere seriamente en los más altos niveles gubernamentales.
Los dirigentes de Jordania, por ejemplo, han adoptado una posición similar a Egipto. El Reino Hachemita de Jordania no comparte una frontera directa con la Franja de Gaza, pero sí tiene frontera con otro territorio palestino, Cisjordania. En teoría, Israel podría facilitar un corredor para que los habitantes de Gaza lleguen a Cisjordania, desde donde potencialmente podrían ingresar a Jordania. De hecho, éste fue el plan que el canciller alemán Olaf Scholz trajo a Oriente Medio esta semana. Sin embargo, a su llegada, el rey Abdullah II de Jordania rechazó rápidamente esta propuesta.
De vez en cuando, los políticos de derecha en Israel piden la reubicación de todos los residentes árabes de Cisjordania y la Franja de Gaza en Jordania y el reasentamiento de judíos en ambas regiones. En su opinión, Jordania es el Estado palestino y, por tanto, los palestinos deberían vivir allí.
Esto a pesar de que las relaciones entre palestinos y jordanos nunca han estado exentas de problemas. Cada guerra árabe-israelí, empezando por el primer conflicto que estalló poco después del establecimiento del Israel moderno en 1948, provocó una afluencia de refugiados palestinos a Jordania. Fue en Jordania donde las organizaciones, incluidas las terroristas, que tenían como objetivo expulsar a los judíos de Medio Oriente establecieron sus cuarteles generales.
En general, los recuerdos de la guerra con los palestinos son suficientes para que el actual rey, que nació en 1962, se oponga firmemente a la aceptación de refugiados de la Franja de Gaza. Si a esto se le suma la inestabilidad económica, la amenaza constante de los grupos armados que operan en los vecinos Irak y Siria, que seguramente querrán reforzar sus filas con miembros de Hamás, así como el temor de que una afluencia de palestinos haga desaparecer la idea de “Jordania es Palestina” vuelve a ser relevante, lo que ya es peligroso para la frágil identidad nacional, entonces la posición de Abdullah II se vuelve completamente comprensible.
La defensa retórica de la causa palestina
A nivel ideológico, también opera una fuerte ambivalencia en el mundo árabe respecto a los palestinos y su diáspora. Por un lado, los defiende fervientemente a nivel discursivo y diplomático, expresando solidaridad contra la ocupación israelí Pero por otro lado, se niega sistemáticamente a absorber a los refugiados que huyen de los conflictos armados.
Esta contradicción se hace evidente en países como Siria y Líbano. Allí coexisten la retórica pro palestina con la discriminación concreta hacia los refugiados: sin derechos ciudadanos, enfrentando restricciones para trabajar y estudiar, forzados a vivir en campamentos segregados.
Cuando se trata de pasar de las palabras a las acciones, estos regímenes cayeron sus principios y niegan asistencia. Se genera una hipocresía difícil de disimular, que queda expuesta cuando se trata de mitigar crisis humanitarias en Gaza.
La ilusión de la Palestina soberana
En el trasfondo subyace una visión idealizada sobre cómo debería resolverse el conflicto palestino. Para el mundo árabe, la única solución legítima es la conformación de un Estado palestino independiente en las fronteras históricas.
No estarían dispuestos a "resignar" ese objetivo aceptando reubicaciones masivas de población que lo harían parecer aún más distante. Por el contrario, esta postura se presenta como una forma de ejercer presión sobre Israel. A costa de prolongar el sufrimiento actual de los habitantes de Gaza, se apuesta por una solución futura radical.
Un enfoque que perpetúa las crisis humanitarias
Lejos de representar una evolución positiva, esta perspectiva ideológica lo único que logra es perpetuar las crisis humanitarias. Se prioriza un ideal abstracto por sobre las vidas concretas de quienes agonizan bajo las bombas en Gaza. Y se niega la realidad de que no existe voluntad política para una solución definitiva.
¿Es posible un cambio en la postura árabe?
Todo indica que, ante una nueva escalada bélica en Gaza, la respuesta del mundo árabe continuará siendo la misma. Por razones económicas, políticas e ideológicas, insistirán en que "los palestinos deben buscar su futuro en su propia tierra".
Esta posición, que discursivamente puede parecer noble, colisiona duramente con las urgentes necesidades humanitarias en el terreno.
La ambivalencia entre el idealismo geopolítico y las víctimas concretas del fuego cruzado continúa sin resolverse. Mientras no exista un Estado palestino soberano, la negativa árabe a recibir refugiados seguirá catalizando crisis humanitarias en Gaza.
¿Cambiará la dinámica con un acuerdo de paz durable?
Ante este panorama, la pregunta obligada es si existe alguna posibilidad real de que la postura del mundo árabe evolucione hacia una mayor apertura para recibir refugiados palestinos de Gaza.
El cambio sólo se daría en caso de alcanzarse finalmente un acuerdo de paz estable entre Israel y Palestina. Si se lograra una solución política negociada y duradera al conflicto, la ecuación variaría sustancialmente.
Una paz completa modificaría el estatus de los palestinos en la región
En ese hipotético escenario, donde se concretara la ansiada solución de dos estados, los palestinos dejarían de encontrarse en una situación precaria para pasar a ser ciudadanos de una nación soberana. Dejarían de ser “refugiados” en sentido estricto.
Incluso si continuasen viviendo en países como Líbano o Siria, su condición jurídica e institucional cambiaría por completo con la existencia de un Estado palestino que los represente.
Pasarían de ser una población refugiada a ciudadanos palestinos en el exterior, con plenas garantías legales.
En este contexto, los países árabes se verían obligados a revisar muchas de sus políticas discriminatorias hacia los palestinos, por ejemplo en lo que respecta a derechos civiles y sociales.
La creación de un Estado palestino fuerte y viable podría terminar con décadas de usar a los refugiados como peones políticos y forzar un tratamiento más justo.
La relación ya no sería entre un país de acogida y una población refugiada vulnerable, sino entre dos Estados soberanos.
Normalización de la situación jurídica
Uno de los cambios principales sería la posibilidad real de que los palestinos obtengan ciudadanía en las naciones donde ya llevan décadas residiendo**. El principal obstáculo siempre fue la ilusión de mantener su status de “refugiados” a la espera del retorno.
Con un Estado palestino constituido, la normalización jurídica se volvería factible. Permitiría terminar con la marginalidad.
Por supuesto, la concreción de este escenario luce hoy lejana. Las perspectivas de alcanzar un acuerdo de paz robusto y perdurable no parecen demasiado halagüeñas en el corto plazo. Pero no deja de ser la única posibilidad real de que los países árabes modifiquen sustancialmente su relación con los palestinos residentes en sus territorios.
Depende de la resolución política del conflicto
Mientras Hamás y Fatah no logren ponerse de acuerdo en una estrategia unificada, y mientras Israel se mantenga inflexible en sus políticas unilaterales, será difícil avizorar un progreso.
El cambio en la situación de discriminación y exclusión que padecen los refugiados palestinos depende enteramente de lo que suceda en el tablero político y diplomático. Su integración en las sociedades árabes sólo se volvería pensable en caso de alcanzarse la tan postergada paz en Medio Oriente.
Un dilema sin resolver
La paradoja es que miles de vidas siguen atrapadas en el fuego cruzado de Gaza, pagando el precio de estas demoras. La respuesta del mundo árabe sigue siendo la misma: “deben buscar su futuro en su propia tierra”.
Este dilema entre el idealismo geopolítico y el urgente drama humanitario continúa sin resolverse. Hasta que Palestina logre ser una realidad, la ambivalencia árabe y la tragedia de los inocentes atrapados en Gaza persistirán. Sólo la paz podría empezar a sanar estas heridas.