En el último mes Rusia ha dejado muy claro que no dejará caer a Lukashenko hasta que se asegure el control de la transición de poder que vendrá tras su marcha. ¿Pero qué espera lograr Putin?
El Político
Lo cierto es que Lukashenko está políticamente acabado. Durante las últimas semanas, ha implementado una infructuosa estrategia de alarmismo y desinformación acusando a la OTAN y a países como Polonia o la República Checa de planear una agresión contra Bielorrusia.
Adicional a esto, elementos prorrusos de la política bielorrusa ya han sido activados para ser empleados en unas futuras elecciones en las que Rusia no apoyará al dictador (si es que sigue en el país y decide presentarse).
Vale recordar que el 30 de agosto, más de 100.000 manifestantes acudieron a la residencia de Lukashenko para gritarle "feliz cumpleaños, rata". Él, que cumplía 66 años, se dejaba ver por segundo domingo consecutivo con un rifle en las manos, lanzando el claro mensaje a sus detractores de que no tenía intención de dejar su puesto sin dar guerra. En el Kremlin, observaban atónitos la surreal escena: las manifestaciones son pacíficas y lo último que conviene a Lukashenko es que dejen de serlo porque su temeridad podría acelerar su salida y alterar los planes de Putin. Aun así, los rusos ven con buenos ojos que el presidente bielorruso sufra, ya que cuanto más debilitada esté su posición, menos podrá resistirse a las demandas de Moscú en las negociaciones que se están produciendo estos días, según difundió elconfidencial
Más inteligente en cambio fue la decisión de anunciar una reforma constitucional que democratice y despersonalice algunas de las instituciones del Estado, como el poder judicial. Sin embargo, al negarse a incluir a la oposición en el diálogo, esta reforma de la que poco se sabe carece de legitimidad. Es más, por el momento se trata de una mera declaración de intenciones que tampoco parece haber tenido efecto alguno en las calles, donde las manifestaciones se siguen celebrando en todo el país.
Las protestas se intensifican
Lejos de calmarse con el paso de las semanas, la situación en Bielorrusia parece estar empeorando. Lukashenko está cometiendo numerosos errores estratégicos que no están sentando bien en Moscú. A las imágenes del presidente armado en su residencia se suma la publicación de la supuesta conversación entre Berlín y Varsovia sobre la fabricación occidental del envenenamiento de Navalni, que el primer ministro ruso escuchaba de Lukashenko con cara de póker. Las redes han estallado con memes y bromas sobre la conversación, a todas luces falsa, entre un tal Nick (desde Berlín) y un tal Mike (desde Varsovia). Lukashenko no dejó pasar la oportunidad de incluir un cumplido a su persona en la conversación: "Es un hueso duro de roer", le decía Nick a Mike en la grabación.
Coincidiendo con las actividades de desinformación se ha producido un aumento de la represión policial, han aparecido los primeros ‘titushki’ (matones a sueldo que recorren las calles de Minsk agrediendo a manifestantes y atacando establecimientos) y se ha continuado arrestando a figuras clave de las protestas. La última ha sido María Kolesnikova, miembro del Presidium del Consejo de Coordinación que aúna a la oposición y pretende organizar la transición de poder. Intentaron expulsarla del país a través de la frontera con Ucrania, pero consiguió evitarlo rompiendo su pasaporte.
Kolesnikova también es la jefa de campaña de Víktor Babáriko, el principal oponente de Lukashenko antes de ser arrestado en junio. Además, ella es el único miembro del trío de mujeres desafió a Lukashenko durante la campaña que permanecía en el país. Su paradero es actualmente desconocido. Aunque es poco probable, de desaparecer por completo su nombre se añadiría al de otros miembros de la oposición a Lukashenko borrados del mapa cuando suponían una verdadera amenaza al dictador, como Yuri Zakharenko o Víktor Gonchar.
En cualquier lugar, la violencia y las amenazas de las autoridades no están consiguiendo de momento amedrentar a los bielorrusos, que cada día participan en numerosas protestas por todo el país. “Las manifestaciones de los fines de semana han contado siempre con más asistencia, pero incluso durante los días laborables, no se puede decir que las protestas hayan disminuido”, explica Valeria Kostyugova, analista bielorrusa y editora de ‘Nashe Mnenye’, en conversación con El Confidencial.
Kostygova indicó que las protestas “no han cesado, pero sí han cambiado de naturaleza”. Tras el arresto de algunos de los líderes de las huelgas, como Sergey Dylevsky, a finales de agosto, “la estrategia ha cambiado a lo que aquí se conoce como ‘huelga italiana’ (huelga de celo, en España)”. Es decir, los trabajadores acuden a sus puestos de trabajo, pero aplican la normativa de las empresas literalmente y sin excepciones, lo que en la mayoría de los casos ralentiza e incluso bloquea la producción. “Hasta que el Estado cumpla con las condiciones que exigen los manifestantes, a saber, la celebración de nuevas elecciones, la puesta en libertad de los arrestados y el procesamiento de las personas responsables de las torturas, las huelgas y las protestas continuarán”, concluye Kostygova.
Integración económica y política en el horizonte
Con las protestas de fondo, se ha producido durante la última semana un trasiego de oficiales de primer rango entre Moscú y Minsk, preludio de un acuerdo de integración como compensación a Rusia por el apoyo al régimen de Lukashenko. El miércoles pasado el ministro de exteriores bielorruso, Vladímir Makei, viajó a Moscú para reunirse con oficiales del Kremlin. Al día siguiente, fue el primer ministro ruso Mijaíl Mishustin el que se desplazó hasta la capital bielorrusa acompañado por la mitad de su Gobierno. Este hecho es notable, puesto que durante los dos últimos años ha sido el primer ministro ruso el encargado de negociar con los bielorrusos la integración económica y política entre ambos países en el marco del Estado de la Unión.
Expertos bielorrusos consultados no han querido aventurarse a trazar las líneas sobre las que se sentarán las bases del nuevo acuerdo. Sin embargo, existe un precedente importante que se debe tener en cuenta. El 3 de septiembre de 2019, las autoridades rusas y bielorrusas firmaron un acuerdo de integración económica y política muy ambicioso que fue posteriormente filtrado a la prensa.
Este plan preveía el establecimiento de una política fiscal y macroeconómica común, un único regulador del mercado del gas, petróleo y la electricidad, una armonización (si no unificación) de sus códigos civiles y la creación de una agencia que supervisara el sistema bancario de ambos países, entre otras medidas. El resultado sería una integración económica mayor incluso que la que existe en la actualidad . Eso sí, este documento no preveía la adopción de una moneda única, que, dado que la economía rusa es 27 veces mayor que la de su vecina, supondría la adopción del rublo ruso en Bielorrusia.
Expertos bielorrusos consultados no han querido aventurarse a trazar las líneas sobre las que se sentarán las bases del nuevo acuerdo. Sin embargo, existe un precedente importante que se debe tener en cuenta. El 3 de septiembre de 2019, las autoridades rusas y bielorrusas firmaron un acuerdo de integración económica y política muy ambicioso que fue posteriormente filtrado a la prensa.
Este plan preveía el establecimiento de una política fiscal y macroeconómica común, un único regulador del mercado del gas, petróleo y la electricidad, una armonización (si no unificación) de sus códigos civiles y la creación de una agencia que supervisara el sistema bancario de ambos países, entre otras medidas. El resultado sería una integración económica mayor incluso que la que existe en la actualidad en la Unión Europea. Eso sí, este documento no preveía la adopción de una moneda única, que, dado que la economía rusa es 27 veces mayor que la de su vecina, supondría la adopción del rublo ruso en Bielorrusia.
Un dato a considerar es que el envenenamiento de Navalni complica aún más una solución pactada o el método del palo y la zanahoria que, no sin dificultades, ha funcionado ocasionalmente en el pasado. Cabe preguntarse por qué Moscú ha optado por la asertividad y la proyección de poder, demostrando un gran desdén por las consecuencias diplomáticas, y echando por tierra los esfuerzos de los últimos cuatro años por ser readmitida en foros como el G-8, de los que fue expulsada tras los eventos de 2014 en Ucrania.
La respuesta más plausible es que, en Rusia, se está produciendo una equiparación de la seguridad del Estado a la seguridad (o continuidad) del régimen. Es decir, para el Kremlin, no controlar una transición a una Rusia pos-Putin que permita a sus élites mantener su posición significa el caos, la violencia, la pérdida del estatus de gran potencia. Es decir, quedar a merced de los intereses de Occidente. Para evitar esto, Moscú cruzará todas las líneas rojas que haga falta. Navalny y Lukashenko no son las únicas piedras en el zapato de Putin.