Sólo tiene que decir una frase breve y burocrática: “Declaro inaugurados los Juegos de Río de la 31ª Olimpiada de la era moderna”. Pero hay muchas posibilidades de que el presidente interino, Michel Temer, sufra un tremendo abucheo en el estadio de Maracaná, en la ceremonia de inauguración de los Juegos. Tantas que la prensa brasileña asegura que el Gobierno prepara algún remedio técnico para que la pitada retransmitida a todo el mundo no se oiga mucho dejando en ridículo planetario al mandatario del país.
Temer no es popular. Nunca lo fue. Sus oponentes aseguran que nunca lo será. Su Gobierno, según las últimas encuestas, obtiene un miserable 14% de aprobación, casi el mismo que el de Dilma Rousseff cuando fue apartada del poder, a mediados de mayo. Con todo, hay quien considera que el actual líder del Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), antiguo aliado del Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff y ahora enemigo suyo irreconciliable, tiene posibilidades de convertirse en el candidato ideal para las elecciones de 2018. El diputado Rodrigo Maia —entre otras personalidades del partido— así lo asegura. Tal vez consciente de sus posibilidades reales o tal vez en un movimiento táctico muy propio de él, experto en colocarse en el lugar ideal en el momento decisivo, el actual jefe de Estado en funciones de Brasil se ha apresurado a asegurar que no piensa presentarse a ninguna elección. Es decir: Temer será presidente solo si el proceso de impeachment a Rousseff se cumple a finales de agosto, lo que parece muy probable, y solo durante poco más de dos años.
El beneplácito de los mercados, que dieron la espalda a Rousseff desde hace más de un año, y cierto aroma un tanto indefinido a que la economía en verdad remonta —o puede remontar por fin— le avalan. Un dato incontestable es que el dólar ha caído. A finales de año valía casi cuatro reales. Ahora, el cambio fluctúa en torno a 3,20. El paro, por el contrario, continúa escalando y ya ha superado el 11%, una tasa inimaginable hace apenas dos años.
Temer tiene pendientes dos grandes reformas impopulares que, según asegura, va a encarar en cuanto se convierta en presidente con todas las letras: la de las pensiones y la laboral. Su ministro de Economía, Henrique Meirelles, juega al escondite un día sí y otro también con la subida de impuestos. Al asumir el cargo vaticinó una catarata de medidas de ajuste encaminadas a enjugar la deuda. Pero Temer —como Rousseff— también debe contar con un Congreso atomizado poco proclive a votar recortes. Y Temer —como Rousseff— depende del Congreso y de la votación última de la destitución de la presidenta para seguir ejerciendo de jefe del Estado.
Temer tiene pendientes dos grandes reformas impopulares: la de las pensiones y la laboral
Así, nadie conocerá el verdadero rostro de este Gobierno (compuesto por un Gabinete monocolor de varias decenas de hombres blancos de entre 40 y 65 años y una sola mujer) hasta que deje de estar en funciones. En una reciente entrevista a un conjunto de agencias de prensa extranjeras, el presidente brasileño, además de asegurar que piensa que Rousseff será finalmente destituida, añade que la interinidad es perjudicial para la economía. Pero que eso cambiará a partir de finales de agosto, fecha para el juicio político a la presidenta apartada: “Entonces los inversores sabrán a quién dirigirse”, añade.
Mientras tanto, Temer, cada vez más a gusto en su nueva piel, aprovecha para dejar huella en la historia de su, hasta ahora, breve y especial mandato: en la reciente inauguración de la nueva línea de metro de Río de Janeiro que conduce a la Villa Olímpica, abierta tres días antes de la inauguración de los Juegos, se colocó una placa conmemorativa en la que figura, en lo más alto, su nombre, Miguel Temer. Y luego el cargo, “presidente en ejercicio”, con ese molesto añadido que lo determina todo y que, según sus propios cálculos y los de la mayoría de especialistas del país, pronto desaparecerá.
Con información de El País