“Todo el efectivo de Caracas lo tenemos nosotras”. Paola, una trans de 25 años se enorgullece. Ni ella, ni sus compañeras en la avenida Libertador han dejado de recibir pagos con billetes, hasta los momentos. “Esos hombres hacen hasta lo imposible por traernos el dinero. También recibimos transferencias y aceptamos trueques con alimentos, ropa y cosméticos”, afirma la delgada morena que esconde, sin demasiado afán, su “instrumento”.
Empresarios, trabajadores de empresas públicas y privadas invierten hasta tres horas al día de su tiempo para hacer colas en los bancos y cajeros automáticos. El dinero de algunos llega, sin penas, a la principal plaza de prostitución de la capital, la avenida Libertador. Para las trabajadoras sexuales transexuales no es tan complicado acceder al papel moneda.
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— El Político (@elpoliticonews) January 11, 2018
Paola cuenta que hasta el año pasado cobraba 80.000 bolívares. “Si los hombres acaban rápido, triste por ellos. Mi servicio es un polvo y ya. El otro servicio que ofrecemos aquí, en la Libertador, es el sexo oral, que es uno de los más solicitados por nuestra clientela. Por ese cobro 40.000 bolívares”, sostiene la “chica de apariencia”. Una de las más antiguas que aún ejerce en la Libertador. De acuerdo con su testimonio, se prostituye allí desde que tenía 10 años de edad. Y clientes no le faltan.
“La Libertador la da. Para mí es rentable. En dos ocasiones dos maridos me han sacado de aquí y me han mantenido. Pero a los dos me los mataron. Uno era malandro y el otro era funcionario del Cicpc (Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas). Mi pareja que era policía era muy celoso y me dio un tiro en la nalga. Ahora estoy soltera. En ocasiones algunos clientes se enamoran o se quieren poner malandros con nosotras y es allí cuando les demuestro que también tengo la fuerza de un hombre”, advierte Paola.
Antonella también recorre con su contoneo la avenida de dos niveles. Es adolescente, apenas suma 17 años. Maquillada y colorida, no niega que en el sector funciona una mafia que rige las operaciones. Pero no detalla. Lleva tres meses taconeando esas aceras, subiendo y bajando de vehículos, tocando genitales ajenos por dinero. Su inexperiencia, estar “nueva” en el negocio la abarata: sus servicios son más económicos y ella misma es más flexible en los trueques que negocia con sus clientes.
“Mi servicio completo lo cobro en 30.000 bolívares –en diciembre de 2017– y por el oral cobro 15.000”, apunta. Su crítica, más que a las condiciones económicas y su efecto en el mercado, es hacia los policías. “Ellos son los malos con nosotras. Quieren robarnos, abusar de nosotras y humillarnos”. Su escote es apenas un asomo y su perfume impregna cada palabra, las que usa para describir el miedo que siente de apostarse cada día en los alrededores de Los Cedros. “Me siento apoyada por algunas de mis compañeras que entienden la situación que no entendieron mis padres. Siempre me sentí niña y tuve atracción por los hombres. Por eso es que me fui de mi casa y aquí soy quien siempre quise ser”.
Desahogo a cambio de CLAP
Las chicas trans que trabajan en la Libertador reciben pacas y pacas de billetes. Tantas, que optan por ocultarlos en escondrijos urbanos hasta que termine la jornada o “un amigo” las pase recogiendo. Ellas, que trabajan con poco más que una cartera pequeña, no tienen dónde guardarse tanto papel. Los espacios más oscuros ya están ocupados.
Las transferencias bancarias también son útiles, pero en la Venezuela del socialismo del siglo XXI el sexo no solo cuesta dinero. A veces hay pagos más valiosos: celulares, maquillajes –“una compra en Farmatodo, por ejemplo”– y alimentos. Incluso cajas de algún Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP).
El mayor susto
La prostitución es un oficio de alto riesgo, y más en un país donde el acceso a tratamientos antirretrovirales es cada vez más estrecho. Matheus advierte que las mujeres trans, que antes tenían complicada la atención médica por su identidad de género, “ahora deben hacer lista de espera hasta para hacerse los exámenes de carga viral de VIH y los de seguimiento”.
Si están infectadas puede que no lo sepan, y aunque lo hagan “también padecen el déficit de medicamentos”, dice el activista. Confirma que algunas de sus conocidas han tenido que parar la medicación, aumentando el riesgo propio y de sus clientes. Una bomba de tiempo que distribuye la vulnerabilidad a partes iguales, una sábana a la vez.