Para Vladimir Putin, entre más distancia haya entre las democracias occidentales, mejor. Sobre todo en cuanto a la alianza entre países de Europa y Norteamérica se refiere. Un Occidente fragmentado tiene menos posibilidades de contener las ambiciones rusas. Divide et impera reza el aforismo atribuido a Julio César y a Napoleón.
Alejandro Armas/ El Político
Las amenazas rusas de invadir Ucrania están logrando el efecto contrario. No podemos saber si es algo que Putin previó y consideró un costo que vale la pena asumir, o si fue un error de cálculo en sus maniobras. Como sea, en las últimas semanas los principales actores internacionales de Occidente se han activado en un intento coordinado por disuadirlo de agredir a su vecino.
Nada de esto es poca cosa. Hay una relación inversamente proporcional entre el margen de maniobra del expansionismo ruso y la unión de sus adversarios. Es esta última la que pudiera ser el factor determinante en la decisión de Putin sobre su proceder con Ucrania.
Al mismo son
Las relaciones transatlánticas, pilar de la democracia liberal tras la Segunda Guerra Mundial, vienen de un período turbulento. El desprecio del expresidente estadounidense Donald Trump a la cooperación con los aliados europeos creó bastante desconfianza en el Viejo Continente.
Se esperaba que con Joe Biden en la Casa Blanca hubiera una mejora sustancial, pero los problemas continuaron. Estados Unidos enfureció a Francia al hacer a sus espaldas un trato defensivo con Australia que perjudicó intereses galos. Además, el retiro caótico de Afganistán, sin consultar con los aliados, empeoró las cosas.
Ahora, con una emergencia que los incumbe a todos en pleno desarrollo, ha habido una recomposición de la alianza. Tal vez por pura necesidad. Esta vez, el gobierno de Biden ha hecho de la coordinación con sus pares europeos un punto de honor. Los líderes europeos le han correspondido, poniendo la situación ucraniana al frente de sus prioridades.
Así, el gobierno de Boris Johnson, en el Reino Unido, señaló a Rusia de pretender instalar por la fuerza un régimen afín en Ucrania, según sus fuentes de inteligencia. El presidente francés Emmanuel Macron fue personalmente a Moscú a tratar de persuadir a Putin para que no invada. Hasta Estados menos poderosos, como Italia y España, se han manifestado a favor de hacer frente a Rusia.
La nota discordante
Nada de esto significa que la alianza occidental superó todos sus retos internos. Si Rusia finalmente agrede a Ucrania, la reacción en Europa y América del Norte tal vez no sea tan coordinada como hasta ahora. Pudiera haber desacuerdos sobre cuán lejos llegar en materia de sanciones a Rusia y ayuda militar a Ucrania.
Eso nos lleva a poner el foco sobre el Estado que ha sido un atril un tanto discordante en la sinfonía occidental: Alemania. Su comportamiento de cara a las amenazas rusas ha sido el menos contundente. Su gobierno ha evitado abordar el asunto, se ha negado a brindar armamento a Ucrania y a esgrimir sus propias advertencias de medidas contundentes a Rusia.
Al menos hasta ahora. Esta semana el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, viajó a Washington para discutir con Biden la crisis de seguridad europea. En rueda de prensa conjunta, el Presidente norteamericano por primera vez advirtió que tomará medidas para evitar la finalización de un importante gasoducto entre Rusia y Alemania si la invasión ocurre. Scholz aseguró por su parte que habrá unidad entre aliados en el manejo de cualquier eventualidad.
Aunque el canciller alemán no respaldó expresamente el manifiesto de Biden sobre el gasoducrto, hay señales de que Berlín está dispuesto a sacrificarlo. En enero, Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores alemana, dijo a su par ruso que su país está preparado para tomar medidas, “incluso si lastiman económicamente” a Alemania.