El Servicio Penitenciario Federal, basado en el proyecto de una hermana dominicana, creó un programa para que mujeres privadas de la libertad adiestren perros para ayudar a otras personas.
"Cuando sufrimos mucho, podemos usar el dolor para generar un cambio". Así explica la hermana dominicana Pauline Quinn el motivo que la llevó a crear el Dog Prision Program, un programa de entrenamiento de perros de servicio en las cárceles norteamericanas, que hoy tiene su versión argentina, Huellas de Esperanza, en cárceles que dependen del Servicio Penitenciario Federal.
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"Cuando era chica tuve una vida muy difícil. Fui abusada y torturada. Un perro me ayudó a salir adelante. Como vi ese efecto en mi vida, quería hacer hacer algo para ayudar a otra gente", contó al diario La Nación Pauline, que desde hace dos meses está alojada dentro de la Unidad Penitenciaria 31 en Ezeiza, en donde sigue de cerca la marcha de su proyecto.
Allí, un grupo de internas entrena diariamente a perros que luego son entregados a personas con discapacidad. "Decidí ayudar a prisioneros, para enseñarles cómo ellos pueden ayudar a las víctimas. Y muchas personas con discapacidades son víctimizadas, porque son rechazadas o no son apreciadas. Pensé que los internos podían aprender a ayudar a otras personas, para sentir que ellos también pertenecen a este mundo", sostuvo la hermana Pauline, que llegó a la Argentina desde Wisconsin.
"Cuando sufrimos podemos usar el sufrimiento como una manera de cambio. Y el perro es una herramienta para ese cambio", destacó.
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Para Pauline, toda la experiencia ha sido muy positiva y alentadora. "Aprendí que si realmente creés en algo, tenés que intentar que suceda, porque mucha gente puede lograr cambiar corazones y mentes", aseguró.
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