Pasaron 50 años para que la voz de Uruguay se amplificara de nuevo en la sala de reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En esas cinco décadas todo cambió: la Unión Soviética se desintegró; Estados Unidos gozó y abusó de sus prerrogativas unipolares; China se perfiló como la próxima potencia económica mundial; la Unión Europea pasó de ser un proyecto dorado a un signo de interrogación; Israel se afianzó en Medio Oriente y apuntaló su capacidad militar; Irán y Arabia Saudita escalaron la lucha por el dominio del mundo musulmán y el terrorismo dejó de ser un fenómeno localizado para convertirse en una amenaza global.
Todo cambió, menos el propio Consejo que, como organismo de seguridad colectiva, aún es incapaz de cumplir con los postulados idealistas que lo crearon después del horror de la Segunda Guerra Mundial y su funcionamiento sigue dependiendo exclusivamente del humor de las potencias de acuerdo a una lógica de real politik. Esa es la primera conclusión –y quizás la más importante– que sacó la diplomacia uruguaya luego de su primer año de dos como miembro no permanente del Consejo.
"El balance del funcionamiento del Consejo de Seguridad es bastante negativo. El Consejo tuvo serias dificultades en ponerse de acuerdo debido a la discordancia de dos de sus miembros permanentes: Estados Unidos y Rusia", dijo a El Observador el embajador uruguayo ante Naciones Unidas, Elbio Rosselli.
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El representante uruguayo se refería específicamente a la cuestión de Siria, un conflicto que nació como un enfrentamiento político interno y generó una bola de nieve que devino en guerra civil, crisis humanitaria, amenaza terrorista inédita e intervenciones militares extranjeras.
"En un tema central como ha sido la guerra en Siria es muy poco lo que se ha logrado", señaló Rosselli. La prueba irrefutable de esa pobreza resolutiva son los propios números del Consejo. En las 255 sesiones de trabajo que tuvo el Consejo durante el 2016 se trataron 42 temas diferentes, según un relevamiento hecho por El Observador. El asunto más discutido fue la situación en Oriente Medio, en 53 ocasiones. Sin embargo, las potencias no pudieron acordar una resolución en favor del pueblo sirio que superara las expresiones de deseo.
Así lo demuestran tres resoluciones vetadas -dos en octubre y una en diciembre- para poner un alto al fuego en Alepo y permitir el ingreso de ayuda humanitaria. "Ese es el drama de las Naciones Unidas tal cual como está hoy. Su andamiaje no corre con estos tiempo y por eso ratificamos la necesidad de una adecuación en su estructura a la realidad del mundo de hoy. ¿Cómo es posible que hoy estén ausentes como miembros permanentes Brasil, Japón, India y Alemania?", se preguntó Rosselli.
Para hacer ese cambio debe haber una reforma de la carta de Naciones Unidas –para la cual se necesita dos tercios de la Asamblea General- y que los cinco miembros permanentes no veten esa decisión. Resulta difícil pensar que los miembros permanentes querrían compartir su privilegio del veto.
Mientras tanto países como Uruguay se ven obligados a hacer un esfuerzo para encontrar espacios de cooperación, aunque muchas veces eso resulta en vano. "Hay veces que somos el convidado de piedra. Las distintas posiciones de los diez electos no son necesariamente tomadas en cuenta", afirma Rosselli, quien criticó varias veces la "poca transparencia" del organismo.
La pregunta, entonces, es qué gana el gobierno uruguayo ocupando un lugar en esa mesa. La respuesta incluye cuatro aristas: voz, visibilidad, acción y conocimiento.
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