Ayer, 6 de enero de 2022, fue el primer aniversario de uno de los eventos más dramáticos en la historia de Estados Unidos. A saber, el asalto al Congreso por una turba de seguidores del entonces presidente Donald Trump, que intentó impedir la consagración del triunfo electoral de su adversario, Joe Biden.
Alejandro Armas/ El Político
Fue el punto culminante de un gobierno extremadamente polémico. Uno que polarizó como pocos. Pero si alguien creyó que semejante división amarga se acabaría con las imágenes traumáticas y la salida de Trump de la Casa Blanca, se equivocó.
Da fe de ello el intento que el propio Congreso ha hecho para esclarecer aquellos hechos del 6 de enero de 2021. También los sucesos conmemorativos celebrados ayer.
Bajo la alfombra
Aunque su hegemonía sobre la organización no es plena, Donald Trump sigue siendo el individuo dominante en el Partido Republicano. Buena parte de su base sigue cautivada por él y cree en sus denuncias infundadas de fraude electoral en 2020. Todas las encuestas apuntan a Trump como favorito para la próxima candidatura presidencial republicana.
Trump, por supuesto, niega cualquier responsabilidad por el asalto al Congreso. Así que el tema se ha vuelto sumamente incómodo para políticos republicanos a quienes aterra enfurecer al exmandatario. Muchos, por ello, evitan discutir el asunto a toda costa. Otros lo admiten esporádicamente y lo denuncian, pero rechazan cualquier recordatorio al respecto como un intento de “dividir”. Un tercer grupo incluso niega que los asaltantes hicieron algo malo, al caracterizarlos como “turistas” y “patriotas”. Hasta hay republicanos que dicen que la violencia en realidad fue llevada a cabo por militantes de la extrema izquierda disfrazados de seguidores de Trump.
Muy pocos republicanos prominentes que hagan vida política activa han hecho énfasis en el disturbio en el Capitolio. Uno de ellos es la representante Liz Cheney. Como resultado de su insistencia en denunciar a Trump, fue despojada de sus posiciones de liderazgo en la bancada republicana.
Así que cuando la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, formó un comité ad hoc para investigar el asalto y establecer responsabilidades, la reacción republicana en general fue muy negativa. Solo dos miembros del partido, Cheney y Adam Kinzinger, se integraron. De resto, los pronunciamientos republicanos han consistido en señalamientos de “división” o hasta de “cacería de brujas”.
Contraofensiva narrativa
Con una atmósfera un tanto lúgubre, el Congreso organizó un acto para conmemorar el ataque a sus instalaciones. Se puso énfasis en el personal de seguridad que defendió el Capitolio en aquel entonces. Cuatro civiles y un policía murieron debido al tumulto. Muchos más resultaron heridos.
Pero casi ningún congresista republicano hizo acto de presencia, a pesar de que también sus vidas corrieron peligro aquella vez. Solo acudió Liz Cheney, acompañada de su padre, el ex vicepresidente Dick Cheney.
Los únicos otros miembros del partido que estaban en Capitol Hill, pero sin tomar parte en la conmemoración, fueron los congresistas Matt Gaetz y Marjorie Taylor Greene. Ambos militan en el ala más radical del partido y son de los más leales a Trump.
“No queríamos que la voz republicana se quedara sin ser oída. No queríamos que la narrativa histórica de hoy fuera secuestrada por los verdaderos insurrectos”, dijo Gaetz. Además, insinuó, sin pruebas, que agentes del gobierno estuvieron detrás de los hechos violentos un año antes.
Entre omisiones y afirmaciones “controversiales”, es evidente que el grueso del Partido Republicano se niega a aceptar lo que ocurrió aquel día. Es parte de la profunda división política que embarga a la sociedad estadounidense. Como si cada bando viviera en una realidad alterna.