Durante décadas, el oficial de la Seguridad del Estado de Cuba Saúl Santos Ferro se ocupó de reprimir en las prisiones del occidente de Cuba a los enemigos de la Revolución.
Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC)/El Político
Estos iban a dar con sus huesos a verdaderos infiernos como la prisión de Taco-Taco, en el municipio de San Cristóbal, una de las penitenciarías más infames de la isla. Allí eran enviados a expiar osadías como escribir en las paredes “Abajo Fidel” o luego “Abajo Raúl”, crear "grupúsculos contrarrevolucionarios" al decir de los jueces, o por el terrible delito de protestar a voz en cuello por la escasez de alimentos o la falta de agua.
Santos Ferro acumuló así una leal hoja de servicios a la Revolución; y cuando le llegó la edad del retiro pensó que lo mejor era jubilarse en Miami, una ciudad imperialista, Meca de la contrarrevolución, pero donde el agua no falta ni los alimentos escasean.
Eso lo pudo comprobar muy pronto el alto oficial del Departamento de Seguridad del Estado cuando, después de obtener una visa de visitante con la intención de quedarse, visitó por primera vez un supermercado en la segunda ciudad con más cubanos del mundo. Debió haber calculado que entre esos cientos de miles de isleños alguno lo iba a reconocer y le iba a tomar una foto con un celular.
Pero el ex militar siguió con su plan, y en diciembre de 2013, después de un año y un día de llegar legalmente a EE.UU., como exige la Ley de Ajuste Cubano creada para los que huían del régimen que el apoyó, llenó su solicitud I-485 de Residencia Permanente. Desde luego que las preguntas del formulario sobre previas pertenencias a organismos policiales o participaciones en violaciones de derechos humanos Santos Ferro las respondió todas con un no. Y así, después de la visa, obtuvo la codiciada “Green Card” de residente.
Solo que llegó el día en que alguien efectivamente lo reconoció a la salida de un supermercado, le tomó una foto y la subió a las redes sociales, donde otros más lo reconocieron. Y algunos de ellos estuvieron dispuestos a respaldar con sus firmas una denuncia, que entregaron a la organización de abogados exiliados Cuba Represor ID, la que a su vez la hizo llegar al FBI.
En febrero de 2019, mientras gozaba a sus 73 años de su jubilación miamense ─incluyendo una ayuda financiera suplementaria del Seguro Social de EE.UU. que le empezó a llegar puntualmente cada mes desde 2016─ Santos Ferro fue detenido por el FBI y acusado en una corte federal del sur de la Florida de Declaración Falsa bajo Pena de Perjurio en un Documento de Inmigración. Un delito federal.
Desde entonces también se le radicó otro cargo por fraude al Seguro Social ─otro delito federal─ y ahora podría enfrentar un máximo de 20 años de cárcel, aunque tal vez, por haberse confesado culpable, le sea reducida la sentencia y sea también deportado a Cuba. Hace unos días compareció en la corte y, cuando para buscar una reducción de la condena se declaró culpable, alegó que no confesó su historial de policía político porque se había retirado años atrás.
Como ha reiterado en varias ocasiones la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC) en relación con su programa Represores Cubanos, los que ejercen la represión en Cuba deben estar conscientes de que los abusos cometidos contra los derechos humanos no prescriben con el paso del tiempo. Sin embargo, las consecuencias de sus acciones pueden comenzarlas a recibir hoy mismo. Ya hay muchas víctimas que identifican, fotografían y acusan a sus represores desde Cuba y envían esa información a la base de datos de ese programa de FHRC para que personas como Santos Ferro no lleguen siquiera a recibir una visa ni sus amigos puedan enviarles remesas.
Y si vienen mintiendo sobre su pasado a este país, deben tener presente que, aunque lenta, aquí la justicia sí existe, y es efectiva. Y la mentira, además de tener las piernas muy cortas, sale cara.
Además, no se equivoquen: algún día también tendrán que rendir cuentas ante una legítima justicia en Cuba, ante la cual de nada les valdrá el argumento de que solo cumplían órdenes superiores.