Leo con interés el editorial del diario El Mundo de El Salvador, del pasado 28 de febrero sobre la ausencia de precandidaturas presidenciales, partidos, diputados y alcaldes de la oposición, para los próximos procesos electorales de 2024.
Juan José Monsant Aristimuño/El Político
En esta oportunidad, con la posibilidad de poder optar a la reelección de Presidente de la República; antes no permitida por la Constitución Nacional en sus artículos 152 ordinal 1 en concordancia con el 154 “ejusdem”.
No obstante, por sentencia interpretativa de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, esta limitante originaria quedó sin efecto.
El hecho político concreto es que, aunque el presidente Bukele no ha dicho formalmente que se presentará a la reelección, se da por sentado que así será, dado que tiene un contundente índice de aceptación en la población, esperanzada como está en la continuidad de la seguridad, estabilización y modernización de las estructuras nacionales públicas y privadas, que coloque al país en una de las más prósperas del continente, en cuanto al disfrute de la calidad de vida se refiere.
ARENA y FMLN sin nada
El núcleo del editorial es el hecho inédito que por primera vez en el país, los diferentes partidos políticos existentes, y en particular los dos que han controlado el escenario político nacional en los últimos 30 años, ARENA y el FMLN, con 4 presidentes consecutivos el primero y dos el segundo, no han insinuado o presentado precandidato alguno para las figuras del presidente, diputados y alcaldes a elegir en los primeros meses del próximo año.
Por el contrario, observamos un proceso indetenible de disolución en ambas organizaciones partidistas, que parecieran no encontrar el objetivo de su existencia como tales; y otros lucen vetustos, como cuerpos extraños llegados del pasado incrustados en el presente.
La esencia de la democracia es, aparte de la libertad y sometimiento al estado de Derecho, es la existencia de la pluralidad.
El reconocimiento, respeto a la confrontación de las ideas, propuestas, y acciones que no atenten contra la paz y seguridad pública.
Todos los ciudadanos tienen cabida; el sistema de pesos y contrapesos, el control de los actos públicos. De hecho, una sana administración necesita de la oposición para corregir rumbos, continuarlos o reafirmarlos cuando se trata del Bien Común, sin menoscabar el bien individual.
Lo curioso, preocupante y quizás alentador, es que la advertencia del editorialista no es un fenómeno propio de El Salvador, en casi todo el continente, incluyendo a los Estados Unidos de América, y muchos países europeos, las estructuras partidistas, tal como las hemos conocido en los últimos años, o en las últimas dos centurias se encuentran en clara decadencia y cuestionamiento.
Esto, porque se ha producido paulatinamente un divorcio, una contradicción entre la ciudadanía, el electorado y la estructura formal del partido político, que paulatinamente fue absorbiendo el ejercicio de la soberanía popular, para ser sustituida por la soberanía partidista, y dentro del partido, por el núcleo dominante de la organización.
Venezuela
Venezuela es un claro y doloroso ejemplo de ello. Después de más de 40 años de ejercicio democrático incuestionable, con representación parlamentaria plural, incluso inducida para que todo el entramado nacional estuviera representado en el Congreso; de haber sido tema y sujeto de ejemplo para el afianzamiento de otras democracias en la región, sucumbió́ ante la esclerosis múltiple sufrida en las organizaciones antidemocráticas en que se habían convertido los partidos políticos, más importantes del país.
En el panorama occidental, observamos igual fenómeno en Italia, Francia, España, Irlanda, Inglaterra con mayor incidencia, aunque en estas últimas elecciones nuevos liderazgos han emergido, cónsonos con la realidad actual de la humanidad, en lo científico, social y tecnológico.
En España con Isabel Diaz Ayuso, en Italia con Giorgia Meloni, Sanna Marin en Finlandia, Zelensky en Ucrania, Boric en Chile, Bukele en El Salvador.
Nuevas generaciones diferentes a lo “políticamente correcto", menos atadas a lo formal, menos dogmáticas, más inclusivas y tolerantes; más cercanas al metaverso de Zuckerberg que a la pluma de Luis Góngora o a las políticas del rey Fernando VII de España.