Solo cinco países en Latinoamérica, Perú, Cuba, Brasil y México, aparte de Venezuela, mantienen embajadas en Corea del Norte, uno de los países que integran el bloque comunista.
Por Beatriz de Majo/El Político
Al lector no se le escapará, después de dicho lo anterior, las razones por las que el régimen madurista busca anudar buenas relaciones con este país execrado por la mayoría en el globo terráqueo. La realidad es que no le viene quedando mucho más. Apenas las dictaduras totalitarias de izquierda radical que van quedando en el planeta no se espeluznan cuando los visitan los emisarios del chavismo.
Sin embargo, es con gran fanfarria que los grandes titulares de los medios oficiales se han ufanado, en los días pasados, de la firma de un acuerdo de cooperación entre Venezuela y ese país.
Cabe entonces interrogarse sobre lo que tenemos en común con la dictadura de King Jong Un. Para decirlo en las palabras oficiales de nuestra contraparte norcoreana, es el “antimperialismo” lo que se encuentra en la raíz de los acercamientos con el régimen bolivariano y ello data de los días del advenimiento de Hugo Chávez al poder. No mucho más es lo que identifica a los dos países hoy. Claramente Norcorea lo que busca en la relación con Venezuela es una vía de salida de su aislamiento político sin que su contraparte, es decir nosotros, exija de concesiones.
Venezuela, de su lado, igualmente busca contrarrestar su propia exclusión del concierto internacional mostrándose conteste con un Estado que comparte no solo su ideología política sino su arbitraria manera de manejar el país, particularmente en el terreno del desconocimiento y la violación de los derechos de los individuos y que no cuestiona ni las violaciones al derecho, ni la criminal administración de justicia, ni el grosero enriquecimiento de los jerarcas gubernamentales, ni su connivencia con el terrorismo y el narcotráfico.
Aparte de su total sintonía en la enemistad con los Estados Unidos, lo que comparten ambas dictaduras no es algo para ser expuesto ante el mundo : se trata de países con poblaciones hambreadas y excluidas del bienestar que es evidente entre sus gobernantes, la utilización del terror y del crimen gubernamental para mantener a raya a sus detractores, la ausencia de libertades y el uso de las instituciones estatales y de las fuerzas armadas para controlar y someter a los gobernados, todo al lado de una demostración enfermiza de poderío.
Esto es lo que determina que el Acuerdo de Cooperación recientemente suscrito- no es el primero, que conste- sea un galimatías con vanas declaraciones de intención en el que cuesta desentrañar en cual terreno podrá materializarse algún género de interacción positiva para uno o para el otro lado.
La letra del convenio habla de entendimiento en el terreno militar, de proyectos en el agro, de grandes acuerdos para la formación política y para la producción industrial. Todo superlativo pero hueco.
Un papel más para intentar justifica un viaje de altos personeros gubernamentales a través de una alianza que no nos aporta sino un estigma. Un documento que únicamente tiene simbolismo, no sustancia.