Diego Armando Maradona dio tanto que hablar mientras estuvo vivo como ahora y despertó tanta controversia en vida como después de su muerte.
Beatriz de Majo/ El Político
No podía ser de otra manera por lo notoria de su actuación tanto en el deporte como en el terreno de su crasa ausencia de moral. Su notoriedad fue buena en extremo y mala en extremo.
La paradoja es que su vida personal fue tan extravagante y amoral que fue ello, quizá, lo que mantuvo al astro del balompié y a sus ejecutorias futbolísticas en un espacio de primera página todo el tiempo mientras duró su vida y después.
¿Qué habría sido de su imagen deportiva de cara al público, si su vida hubiera sido la de un ciudadano ejemplar? Posiblemente se habría desteñido o habría sido uno más entre los muchos iconos del fútbol mundial.
Hay que decir que la pasión que le profesaron los propios argentinos sirvió de telón de fondo o, más bien habría que decir de catalizador para consolidar esa imagen de titan que ostentaba de cara el mundo entero. Sus compatriotas eran capaces de tolerar cualquiera de sus dislates sin que ello hiciera mella en la adoración del colectivo.
Sin pudor ni reserva, ello se comunicaba con ese dejo en el uso del lenguaje castellano que todos los hispanoparlantes imitan porque resulta simpático y musical, y por lo tanto, generador de apego. Así es como parte de los pecados del “Pelusa” se le perdonaron solo por ser argentino.
Sin embargo, no han faltado los puritanos, los desapasionados del fútbol, o los desmitificadores de oficio que se hayan ocupado de recordarle a la colectividad quien fue Maradona fuera de las canchas.
La panoplia de miserias humanas que configuraron las actuaciones privadas del astro fue variada y extensa. La cobertura mediática que se hizo de ellas fue profusa: consumidor de drogas, vejador de mujeres, padre irresponsable, individuo grosero y atrabiliario.
Ocurre, pues, que las vidas de muchos hombres célebres están repletas de deficiencias morales y las cojeras en su comportamiento son toleradas o se hace caso omiso de ellas.
Pero debería ser harina de otro costal cuando además, como en el caso del Número 10, se trata de la comisión de delitos o de actuaciones que representan el peor ejemplo y el legado de un “influencer” para con las nuevas generaciones.
Maradona no dejó huérfano al fútbol mundial, como dicen unos cuantos. Fue un jugador excepcional, pero fuera del terreno, su vida- por suerte- se le recordará llena de sombras.
Muy clara fue la diferencia establecida por Arturo Uslar Pietri quien no vaciló en responder contundentemente la pregunta de Marcel Granier en una edición de Primer Plano. A la pregunta sobre la diferencia entre Fama y Prestigio, el escritor respondió sin vacilar: “Fama tiene Maradona, Prestigio tiene Pelé”.
Un buen artículo sobre el Rey del Fútbol, que llevaba la rúbrica de Bernat Dédeu en El Nacional de Cataluña, intentó la semana pasada de explicar sus particularidades y decía que :
“de la misma forma que Beethoven se eternizó como el compositor de la Novena sinfonía –aquel canto atronador a la fraternidad humana, a pesar que la opinión de los hombres y las mujeres sobre aquello que hacía o sobre su carácter personal le importaba un comino– Maradona nunca no quiso ser un ejemplo de conducta, ni como futbolista ni mucho menos como ser particular; no quería que nadie lo emulara precisamente porque su única forma de afirmarse era la fuerza de su propia singularidad.”
Asi es, ni un demonio ni una estrella. Un ser puramente singular.
Para mí: un coloso extravagante… con pies de barro.