Una visita a cualquier enciclopedia o texto de investigación nos ilustra sobre los elementos que son necesarios para que tenga lugar la configuración de una Nación.
Beatriz de Majo / El Político
Y es así como nos enteramos que una Nación está compuesta de un espacio geográfico o territorio, una población con una identidad cultural compartida y un gobierno que es el elemento que ejerce su soberanía.
Si le prestamos atención a cada uno de estos componentes, en nuestro caso, el de Venezuela, no es difícil concluir que ninguno de ellos está plenamente presente. No configuramos una nación en su sentido amplio ni en su sentido estrecho.
Nación …¿Sin población?
Los expertos en prospectiva señalan que el éxodo de venezolanos llegará a 6 millones de personas este año. Superando así la peor migración forzada de la Historia hasta el presente, la de Siria. La pobreza del país alcanza en su crecimiento una velocidad meteórica y espeluznante.
Ya es sabido que el salario mínimo va en camino de no representar ni siquiera un dólar.
El destrozo de la economía , la violencia rampante y la falta de solución a los problemas nacionales de los últimos 20 años han generado una estampida de ciudadanos. Quienes no sienten apego alguno por la tierra que los vio nacer. Han perdido todo sentido de pertenencia, que es el elemento clave de la identidad cultural.
Nos hemos estado vaciando.
Nación…¿Sin territorio?
En materia territorial es evidente que ni siquiera la delimitación de lo que es nuestra geografía está claro.
Ni por el lado de Guyana ni por el lado de Colombia están definidos los límites. Pero más que ello habría que preguntarse cuál es el control que ejercen desde Miraflores sobre el territorio.
La minería ilegal nos demuestra claramente que no existe supervisión ninguna sobre enormes porciones del espacio nacional. Ni sobre las actividades que se desarrollan dentro de él.
Sin ir más lejos, los eventos que se desarrollan en la frontera de Apure son elocuentes. Evidencian el inexistente control que debe haber sobre estas regiones que están hoy cundidas de narcotráfico, de paramilitarismo y de enfrentamientos entre mafias venezolanas y colombianas.
Los enfrentamientos en la zona siguen cobrando vidas y causando destrozos a la vez que convierten en un infierno la vida de los lugareños.
Allí tampoco se puede decir que hay país y lo peor es reconocer que el marasmo está siendo alimentado desde la propia sede del régimen y con el concurso de lo más granado de nuestras autoridades militares.
Nación…¿Sin gobierno?
Ello nos lleva a considerar el tercer elemento que es el del gobierno encargado de ejercer la Soberanía sobre los otros dos componentes. Un somero análisis histórico de la cotidianeidad venezolana de las dos últimas décadas plantea, en cuanto a su gobierno, el más descompuesto escenario.
Elecciones que no se respetan, instituciones que son avasalladas, órganos electorales sesgados, acoso a los partidos políticos, perversa política de fidelización de la población a través del carnets partidistas, persecución de todo género de oposición, presos políticos a granel, ejecuciones extrajudiciales, violación constante de los derechos humanos, son todas abyecciones que deslegitiman a quienes llevan las riendas del conglomerado venezolano.
El nuestro, desde que la Revolución conduce nuestros destinos, es un modelo en el que lo que impera es la afición por el poder absoluto, la inclinación a generar y a mantener más poder, a ejercer un rampante absolutismo sin pudor ninguno.
Ese modelo es uno que esquiva la rendición de cuentas oficiales al tiempo que ejerce total control sobre toda la actividad informativa y de opinión, mientas, a la vez, penaliza y asfixia la iniciativa privada.
En una conferencia en 1882 el historiador francés Ernest Renan, aseguraba que una nación es "un referéndum diario", y que las naciones se basan tanto en lo que el pueblo olvida conjuntamente como en lo que recuerda.
El venezolano tiene todo por olvidar y nada bueno que recordar de estos últimos años de oprobio. Y al interrogante de si calificamos o no como nación, hay que reconocer que no tenemos ninguno de los elementos que la conforman.