En The New York Times, el analista en asuntos políticos e internacionales Christopher Sabatini, comenta que las sanciones de Estados Unidos, tanto de la administración tanto republicana con Donald Trump y ahora del demócrata con Joe Biden, se trastocan en pilares centrales de la política de la nación norteamericana para defender la democracia y combatir la corrupción. Pero comenta sus dudas sobre si van o no a un saco roto.
El Político
Sabatini, miembro senior de Chatham, ex editor y director de Global Americans, docente de la Universidad de Columbia y fundador de la revista estadounidense dedicada a la política, los negocios y la cultura de América Amer Quarterly, aborda un amplio análisis.
Comienza por comentar que las sanciones pueden ser una herramienta diplomática importante cuando se aplican de manera calibrada. Pero precisa que rara vez están acompañadas de parámetros claros sobre su fracaso o éxito y criterios para su posible eliminación.
Opina: “El Departamento del Tesoro anunció hace varios meses que estaba examinando los efectos de las sanciones impuestas por Estados Unidos en el bienestar de la población de los países afectados. Pero esa revisión, solicitada por la secretaría del Tesoro, Janet Yellen, ha tardado más de lo esperado. Y al parecer, se concentra en sanciones aplicadas a toda la economía, por lo que deja fuera la herramienta cada vez más común de las sanciones individuales.
Sanciones confinadas en dudas
Sabatini prosigue así: “Una oportunidad de reevaluar y ajustar sanciones se ha presentado en México, ahora que el gobierno venezolano negocia con su oposición democrática. Si bien el régimen de Nicolás Maduro ha dicho que no aceptará elecciones con supervisión internacional mientras se mantengan las sanciones impuestas a la petrolera estatal, la Casa Blanca, Canadá y la Unión Europea han mostrado disposición a relajar algunas sanciones a cambio de reformas. Lo que no está claro es qué hace falta que hagan esas reformas, ni qué sanciones se eliminarían”.
A su modo de ver, Sabatini, estima que las sanciones de Estados Unidos tienen un largo historial en América Latina. Recuerda que Cuba es el ejemplo más obvio de que es posible acumular sanciones, aunque resulte evidente que no consiguen nada. Añade: “Impuesto originalmente en 1962, el embargo económico de Estados Unidos a Cuba se codificó. Y el Congreso lo aprobó con carácter de legislación en 1992.
Y una vez más en 1996, supuestamente con la intención de mejorar la situación de los derechos humanos y derrocar al gobierno comunista. Casi 60 años después, Cuba no solo sigue siendo una de las sociedades más represivas del mundo. Sino que en 2018 el presidente Raúl Castro le pasó la batuta a la siguiente generación, cuando designó como sucesor a Miguel Díaz-Canel, un burócrata del Partido Comunista”.
¿Sanciones en revisión?
En opinión de Sabatini, Joe Biden prometió reevaluar la política estadounidense hacia Cuba. Pero indica que sin embargo, impera una forma de reducir las restricciones a los viajes y las remesas a la isla impuestas por el ex presidente Donald Trump. Después de que el gobierno cubano reprimió manifestaciones. En buena medida pacíficas en julio, Biden impuso sus propias sanciones a cuatro miembros del gobierno cubano y la policía nacional. “Fue otra medida ineficaz, pues las sanciones existentes ya habían fracasado en evitar las acciones de mano dura originales”, señala.
Este observador concluye: “Quizás lanzar sanciones a regímenes e individuos corruptos que abusan de los derechos humanos haga sentir bien a los diplomáticos y funcionarios electos. Lo cierto es que, ya que ha ido convirtiendo en una parte central de la política estadounidense en América Latina. Necesitamos identificar cuando no funcionen y estar dispuestos a hacer ajustes”.
Fuente: The New York Times