Casi nadie piensa de sí mismo que es un tonto. Parte de la dificultad para objetivar estas cosas, así como para ponernos de acuerdo acerca de lo limitadas que son las personas que conocemos o que es uno mismo, se debe a que el pensamiento se ve muy afectado por vicios sistemáticos a los que denominamos sesgos.
María del Carmen Taborcía/ El Político
Son vicios que nos ayudan a vivir y, algunos al menos, se hallan firmemente instalados en nuestra mente porque ayudaron a nuestros antepasados a dejar descendencia, razón por la que esos rasgos se han perpetuado.
Otros quizás son subproductos inevitables de la forma en que funciona la mente. Es bueno, no obstante, ser consciente de su existencia y tratar de identificarlos en nosotros mismos.
Tendemos a percibir los sesgos en los juicios de los demás, mientras que no los percibimos en nosotros mismos. Se denomina a este efecto prejuicio del punto ciego, y tiene su origen en una motivación, denominada automejora, que hace que tengamos una imagen favorable de nosotros.
Resulta, por supuesto, muy útil, porque nos ayuda a superar obstáculos o a crecer en la adversidad. La contrapartida es que hace muy difícil que mejoremos, menos aún si son otros los que nos señalan que no lo estamos haciendo bien.
Otro sesgo muy común es el del statu quo, que consiste en la preferencia porque las cosas no cambien y el sentimiento de que cualquier modificación conllevará un empeoramiento. Esta tendencia impulsa, por ejemplo, a mantener costumbres como fijar el sentido del voto en unas elecciones.
El efecto de Dunning-Kruger, también llamado de superioridad ilusoria, consiste en la tendencia de las personas menos dotadas intelectualmente a pensar que son más listos que los demás. Es una “ilusión de confianza” que infla la autoevaluación.
El efecto de superioridad delirante fue descripto por los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger en el año 1999, como la ilusión interna en personas incompetentes, que sobreestiman sus habilidades, que son incapaces de reconocer el potencial y el conocimiento de los demás, y que suelen ser muy competitivas, poseyendo un egoísmo exacerbado.
Este efecto de superioridad ilusoria permea la vida cotidiana. Puede padecerlo un conductor de autos, un estudiante, un trabajador, o un político.
El problema es que cuando las personas son incompetentes, no solo llegan a conclusiones equivocadas y toman decisiones desafortunadas, sino que también carecen de la capacidad de darse cuenta de sus errores.
Como escribió Charles Darwin en 1871: “La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento”.