“Debemos preservar la posibilidad de discrepar sin consecuencias profesionales funestas”, fueron parte de las contundentes palabras de Noam Chomsky, Salman Rushdie, Gloria Steinem, Margaret Atwood o Martin Amis en una carta contra la “intolerancia”, reportó Primer Informe.
El Político
Unos 150 escritores e intelectuales entre los que destacan Noam Chomsky, Salman Rushdie, Gloria Steinem, Margaret Atwood o Martin Amis, entre otros, firmaron una carta en contra de la creciente “intolerancia” por parte del activismo progresista estadounidense hacia las ideas contrarias.
Los manifestantes exponen en el escrito que esta actitud por parte de los activistas de la izquierda progresista está haciendo mella en ambientes académicos y culturales, donde hay señalamiento y boicoteo, “castigos desproporcionados” y como consecuencia, una “aversión al riesgo”; una autocensura que empobrece el debate público.
“Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas”, señalan.
La misiva titulada “Una carta sobre la justicia y el debate abierto”, publicada en la Revista Harper’s, aplaude las protestas por la justicia racial y social, así como también por una mayor igualdad e inclusión. Sin embargo, alerta de que este “necesario ajuste de cuentas” ha intensificado también “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y de tolerancia de las diferencias en favor de una conformidad ideológica”.
El filósofo Noam Chomsky, quien firma la carta, fue muy cercano a Chávez y ahora se le considera el gurú de López Obrador en México.
“Las fuerzas del liberalismo están ganando terreno en el mundo y tienen a un poderoso aliado en Donald Trump, quien representa una verdadera amenaza a la democracia, pero no se puede permitir que la resistencia imponga su propio estilo de dogma y coerción”, señalan los escritores firmantes de la misiva.
La carta se adentra en un tema álgido en la opinión pública norteamericana, ante un nuevo esquema de tolerancia cero a injusticias como el racismo, el sexismo o la homofobia, abriendo paso a otros excesos que buscan silenciar cualquier disidencia.
Los críticos suelen referirse a esto como cancel culture, cuya traducción literal sería “cultura de la cancelación” y que hace referencia a los vetos y señalamiento a creadores o docentes por cualquier desvío de la norma; o woke culture (derivado del inglés, despertar), que hace referencia a una actitud de alerta permanente, señala una nota publicada por el medio español El País.
“El libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado. Era esperable de la derecha radical, pero la actitud censora está expandiéndose en nuestra cultura”, señala la misiva, en la que no se hace alusión directa a las recientes polémicas concretas con nombre y apellidos, sin embargo sí se expande en describir situaciones.
La escritora Margaret Atwood también firmó la carta contra el extremismo en la progresía estadounidense.
“Los responsables de instituciones, en una actitud de pánico y control de riesgos, están aplicando castigos raudos y desproporcionados en lugar de aplicar reformas pensadas. Hay editores despedidos por publicar piezas controvertidas; libros retirados por supuesta poca autenticidad; periodistas vetados para escribir sobre ciertos asuntos; profesores investigados por citar determinados trabajos”, son algunos ejemplos citados en el texto.
Entre las polémicas planteadas fue la renuncia de James Bennet como jefe de opinión de The New York Times a principios de Julio. El motivo fue la publicación de una tribuna del senador republicano Tom Cotton, en la que el político pedía una respuesta militar a las protestas y disturbios por la muerte del afroamericano George Floyd. El torrente de críticas dentro y fuera de la redacción llevó a Bennet a ofrecer su renuncia y pedir disculpas. El periódico admitió que no debía haber publicado esa opinión y que no había sido editada con suficiente rigor.
A raíz del mismo conflicto, el 10 de junio, la Poetry Foundation anunció la dimisión de dos de sus dirigentes después de una carta de protesta de 30 autores que consideraron tibio el comunicado de denuncia de la violencia policial. También dimitieron la presidenta del Círculo Nacional de Críticos de Libros y otros cinco miembros entre críticas de racismo y violaciones de la privacidad por un rifirrafe en las redes sociales. Un analista electoral, David Shor, fue despedido de la plataforma Civis Analytics tras la tormenta que se generó por haber tuiteado el estudio académico de un profesor de Princeton que alertaba de los efectos perversos de las protestas violentas. Según relató The New York Magazine, algunos empleados de la firma consideraron que el tuit de Shor “ponía en riesgo su seguridad”.
Donald Trump es considerado una amenaza
Tras el largo discurso de Donald Trump en la víspera de la fiesta nacional del 4 de julio comenzó un debate sobre dónde acaba la tolerancia cero hacia los abusos y dónde empieza a “cancelarse”. La discrepancia también se extiende a la actual revisión de las estatuas y los monumentos nacionales.
Trump ha utilizado el discurso en favor a la “guerra cultural” como uno de sus argumentos de campaña.
“En nuestras escuelas, nuestras redacciones, hasta en nuestros consejos de administración hay un nuevo fascismo de extrema izquierda que pide lealtad absoluta. Si no hablas su idioma, practícas sus rituales, recitas sus mantras y sigues sus mandamientos, serás censurado, perseguido y castigado”, dijo.
Los intelectuales en su carta califican al presidente de “amenaza para la democracia”, pero advierten: “La restricción del debate, la lleva a cabo un Gobierno represivo o una sociedad intolerante, perjudica a aquellos sin poder y merma la capacidad para la participación democrática de todos”.
“La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas”, concluyen.
Con información de Primer Informe