Aunque es una tradición informal de la política estadounidense el que un Presidente que perdió la contienda por la reelección no vuelva a lanzarse, Donald Trump no la siguió. Además, picó adelante y anunció bien temprano que en 2024 aspirará por tercera vez a la Casa Blanca. Lo hizo en noviembre pasado. Exactamente dos años antes de los comicios.
Alejandro Armas/El Político
Otra costumbre no escrita en la nación del norte es que un Presidente en ejercicio que busque un segundo mandato no sea desafiado por alguien de su propio partido. Como Trump ya no es Presidente, dicha tradición no tiene por qué manifestarse. En otras palabras, debe haber primarias en el Partido Republicano.
Pero son tiempos extraños en la política norteamericana. Desde su salida de Washington, Trump ha ejercido una influencia inmensa en su partido, erigiéndose en una suerte de líder de facto. Buena parte de la base republicana sigue encantada con él. El exmandatario suele repudiar con dureza a sus correligionarios si lo critican. Así que mucho se especuló sobre quién osaría retarlo en primarias. Esta semana surgió una primera contendiente.
Una rara rama de olivo
Se trata de alguien que viene ni más ni menos que del entorno de Trump cuando este fue Presidente: su embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley. Una de las nuevas estrellas republicanas, Haley adquirió proyección nacional como la primera gobernadora mujer de Carolina del Sur, un estado bastante conservador.
Aunque no es parte del ala extremista de su partido, Haley se ha mantenido en buenos términos con Trump. Incluso después de responsabilizar al entonces Presidente por el asalto al Congreso en enero de 2021, augurando que “la historia lo juzgaría con dureza”. Empero, rechazó que a Trump se le abriera un juicio político por aquellos hechos.
Al poco tiempo, Haley aseguró que, si Trump se lanzaba de nuevo a la presidencia, ella no sería una rival. Pues terminó ocurriendo lo contrario. Este cambio de parecer suyo pudiera interpretarse como una señal de que el liderazgo del exmandatario en el Partido Republicano se debilita. Tiene sentido, si se tiene en cuenta el pobre desempeño de sus candidatos predilectos en los comicios legislativos y regionales del año pasado.
De hecho, pese a su agresividad hacia cualquier contrincante, Trump se ha abstenido de arremeter contra Haley. En un comunicado, manifestó haberle dicho a su vieja embajadora ante la ONU que "siguiera a su corazón y haga lo que plazca” en cuanto a sus aspiraciones. Quizá esta templanza se deba a que no ve en ella una amenaza a su candidatura.
Leyendo entre líneas
Las encuestas son congruentes con esta hipótesis. En un sondeo de Ipsos difundido esta semana, sobre candidatos hipotéticos o confirmados a las primarias presidenciales, Haley fue la favorita para solo 4% de los consultados. Bastante lejos del 43% que se inclinó por Trump.
Sin embargo, la marcada hostilidad de Trump hacia sus detractores y contendientes sigue haciendo notable su moderación en cuanto a la candidatura de Haley. Si esta cogiera impulso, cabe esperar que Trump la ataque con dureza. Ella misma lo ha de saber. Aún así optó por intentarlo. Si realmente pretende llegar lejos, la posibilidad de una riña amarga con Trump no fue obstáculo.
Pero es que además la nominación de Haley representa un problema para el expresidente, no solo en sí misma. Porque si una contrincante relativamente débil se lanza, aquellos con mayor potencial se verán más alentados aún a hacer otro tanto.
En tal sentido, hay que prestar sobre todo atención al gobernador de Florida, Ron DeSantis. Este se encuentra en auge luego de conseguir el año pasado una reelección aplastante, mientras que el resto del partido tuvo un desempeño mediocre en los referidos comicios. En la encuesta de Ipsos, aparece de segundo, con 31%. Otros estudios han arrojado una diferencia incluso menor con respecto a Trump.